100 días de la dana: la imposible normalidad con 4.660 ascensores sin funcionar
Raúl Aliaga encaró hace tres meses el reto de su vida: levantar a pulso el restaurante que fundó su padre en la arteria principal de Catarroja (Valencia, 30.142 habitantes), uno de los epicentros de la catástrofe del pasado 29 de octubre. A sus 47 años, este empresario tiró de ahorros para desembolsar los 200.000 euros que le costó remozar en tres semanas la taberna que porta su apellido, que emplea a cuatro trabajadores y nutre su sustento familiar desde hace décadas. Un rústico bajo que quedó arrasado —electrodomésticos, mobiliario, género— cuando la bíblica riada cruzó en tromba sus puertas. “Siempre tuve claro que había que abrir”, explica el hostelero que no duda en criticar duramente la actuación de las administraciones. Su capacidad para salir del fango de empresarios como él coincide con el recelo de la veintena de testimonios recogidos cien días después de la tragedia que dejó 227 muertos y, al menos, 17.000 millones de euros en pérdidas, según el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE).