Pedro Castillo ejerció presidencia a golpe de sobresaltos

Pedro Castillo ya no es el presidente de Perú. El maestro de escuela rural y líder sindical fue destituido este miércoles tras permanecer poco más de 16 meses al frente de un mandato convulso que culminó con un viraje inesperado, que ha llevado a ser destituido y detenido bajo la acusación de golpe de Estado.

La «tregua política» que pidió hace pocos días la Organización de Estados Americanos (OEA) a Perú se tradujo en una escalada de tensiones que estalló la mañana de este miércoles, cuando, a pocas horas del debate parlamentario de un tercer pedido de destitución presidencial, Castillo dictó la instauración de un «gobierno de excepción» y la disolución del Parlamento, de mayoría opositora.

De esta manera, el dirigente sindical, que sorprendió en las elecciones del año pasado en unas de las más polarizadas de la historia reciente del país, llega al final de un mandato que ha sido agitado en todas sus etapas.

Un inicio turbulento

Al inicio, Castillo fue objeto de una campaña impulsada por los derrotados en los comicios que denunciaban, sin sustento, un supuesto «fraude electoral».

La llegada al sillón presidencial de un hombre de origen campesino y ajeno a la política tradicional limeña no gustó a muchos sectores de la ciudadanía en la capital, lo que también provocó masivas manifestaciones.

Las crisis lo asediaron incluso antes de asumir la Presidencia, pero sus decisiones políticas poco o nada hicieron para apaciguar los ánimos de crispación.

Al mandatario se lo ha cuestionado por el nombramiento de varios de sus ministros, que han oscilado desde el ala más radical de Perú Libre, el partido marxista-leninista que lo llevó al poder, hasta sectores más progresistas e incluso derechistas, y por la continua inestabilidad de su Gobierno, así como por numerosas acusaciones de corrupción.

En promedio, cada seis días era destituido un ministro y nombrado otro en su cargo. Apenas un puñado de ministros han conseguido mantenerse durante un periodo relativamente largo en sus cargos y, precisamente ellos, han sido los primeros en abandonar el barco cuando el mandatario ha cometido lo que muchos califican como golpe de Estado.

Incluso eran frecuente las bromas entre los ciudadanos, con tantos ministros era cuestión de tiempo que pidieran el currículum a cualquier de los 33 millones de peruanos para ser llamando a un ministerio.

Choques constantes con el Congreso

Las fricciones entre su Ejecutivo y el Legislativo, ambos altamente desaparobados por la ciudadanía, han sido constantes y han ido de la mano de un desgaste parlamentario que tampoco ha dado tregua y se ha revelado en la censura de cinco ministros y en tres intentos de destitución presidencial.

En el plano político, Castillo fue quedándose cada vez más solo, sobre todo después de anunciar en julio pasado su salida de Perú Libre, que lo dejó con menos puentes para dialogar.

Además, tras renunciar su primer ministro, nombró a una jefa de gabinete, Bettsy Chávez, que había hecho de la confrontación con prensa y Congreso una constante.

Por si todo esto fuera poco, el cerco judicial sobre el mandatario fue estrechándose a medida que la Fiscalía de la Nación abría investigaciones en su contra, las más graves por presuntamente encabezar una organización criminal, en la que supuestamente está implicado su círculo más íntimo y familiar, para obtener ganancias de licitaciones fraudulentas de obras públicas.

Por este caso, un exministro de su Gobierno y un sobrino suyo están prófugos y su cuñada Yenifer Paredes, a quien crio como una hija, permaneció más de un mes en prisión preventiva.

Pero Castillo negó hasta el último momento todas las imputaciones, basadas en su mayoría en declaraciones de colaboradores de la Fiscalía y acusó a un sector del Poder Judicial, de la prensa y de la oposición política de promover una suerte de complot en su contra mediante lo que calificó como una «nueva modalidad de golpe de Estado».

En uno de sus últimos mensajes como presidente, insistió en que él nunca mancharía «el buen apellido de sus padres», dos campesinos analfabetos de una remota aldea de los Andes, que vieron nacer a un hombre que, sin previo aviso, pasó de enseñar en la escuela rural a subir y bajar del sillón presidencial.

Una caída libre

La caída fue libre y precipitada por el cierre del Congreso, que finalmente aprobó por mayoría su destitución, una opción que la víspera se vislumbraba poco probable y finalmente alcanzó 101 votos a favor, 14 más de los que necesitaba la moción para prosperar.

Por sucesión constitucional, ahora le corresponde asumir la jefatura del Estado a la vicepresidenta, Dina Boluarte, quien se convierte en la primera mujer en presidir el país con la difícil tarea de intentar encauzarlo en su tan ansiada senda de la gobernabilidad.