Víctimas de la explosión en San Cristóbal: Rosa María Morillo, indoblegable

Víctimas de la explosión en San Cristóbal: Rosa María Morillo, indoblegable

Rosa María Morillo no solo ha sido una sobreviviente de la explosión del lunes 14 de agosto en San Cristóbal junto a su hija de seis años, sino también de la vida. Aunque sus heridas físicas comienzan a sanar, las emocionales no parecen tener antídoto, los traumas del presente y el pasado irrumpen su mente por momentos, pero no logran doblegarla.

Postrada en una cama, en una alquilada y destartalada vivienda de hojalatas del barrio Jeringa, a pocos metros del río Yubazo, donde la pobreza pega a la vista por doquier, Rosa permanece casi inmóvil. Tiene quemaduras en los glúteos, que cuando se adhieren con las gasas e intenta moverse, le sale un: ¡Ay, ay, ay! de desahogo y la respiración se le acelera.

Su brazo y pierna derecha son los más afectados. Una herida en toda la extensión del dedo índice derecho podría dejarlo inhabilitado. Las quemaduras fueron causadas por un plástico que fue a comprar a la tienda Toledo para cubrir el techo de su casa y que al momento de disponerse a pagar el artículo ocurrió la explosión y el plástico se le derritió encima.
Al preguntarle cómo se sentía, la respuesta fue más de la esperada, el trauma sigue latente: “Muy mal, me he sentido muy mal, o sea, eso fue algo como frustrante…el otro día estaba lloviendo y sonó un trueno, pero eso no era un trueno normal, una cosa que explotó y yo me puse a vocear como loca, ¡auxilio ayúdenme que me quemo otra vez! prácticamente casi me da un infarto”.

Pese a su trágica situación, Rosa ha recibido manos solidarias. Desde la Capital, un médico va a curarla interdiario y dos vecinas la bañan, algunos les ayudan con la comida de sus dos hijos de 10 y 14 años. Su hija Carla de seis años, ya está fuera de peligro y la cuida una tía desde antes de la tragedia.

Una difícil vida
Rosa tiene 29 años de edad y desde pequeña su vida ha sido difícil. Cuenta que nació en una comunidad de San Juan y hasta los 12 años vivía con su padre, de quien dice no guarda buenos recuerdos porque siempre la maltrató, física y psicológicamente. No sabe quién es su madre porque, cuenta, que su padre nunca se lo reveló.

A los 12 años su padre la abandonó y comenzó a deambular por las calles, dormía en el parque, debajo de los bancos, cerca del destacamento de la Policía, como buscando protección. “Me recuerdo que la primera noche que me tocó dormir en la calle, yo busqué uno de esos cuarteles y me puse un cartoncito debajo de un banco y me metí ahí, un policía me vio y me preguntó qué hacia ahí y le dije que no tenía a nadie y ahí me llevó un pan y un juguito y yo me comí un pedazo de pan y para el otro día, yo dejé el otro pedazo de pan y el juguito”.