Ká Dipuglia, carteras de cuero vegetal que erizan la piel

La cartera más popular de la primera colección de Ká Dipuglia, una marca independiente de accesorios, fue la Inarú. Ese modelo tenía todas las cosas que mucho le agradan a la mujer dominicana: una silueta coqueta, un tamaño manejable y una construcción acolchada —algo que tanto llama la atención hoy—. Pero también tenía todas las cosas que muchas consumidoras locales no acostumbran ver en sus bolsos de mano: referencias directas a nuestros antepasados indígenas, manufactura cercana y una propuesta de sostenibilidad con piel vegetal.

Primero, entonces, lo indígena: en arahuaco, “inarú” significa mujer. Esa silueta coqueta, ese tamaño manejable y esa construcción acolchada en realidad hacen referencia a un trigonolito, la pieza amuleto del pueblo taíno. En otras palabras: Karla Dipuglia, la diseñadora detrás de la marca, creó un amuleto contemporáneo para la mujer dominicana. Al entrar en contacto con otros países latinoamericanos con una mayor conexión material con sus ancestros indígenas, y sentir esa falta en Dominicana, Dipuglia se decidió a investigar el vacío que han dejado siglos de intentar borrar lo no-eurocéntrico de nuestra ascendencia. “Yo siempre he querido saber por qué resaltamos unos puntos de nuestra historia y por qué omitimos otros”, reflexionó. “Había viajado a Colombia y había visto todos los artefactos que quedaron de sus culturas precolombinas… y ni siquiera había visto los propios. Así que me topé con un choque de identidad propia, y me obsesioné con conocerlos”. Comenzó a indagar en libros de historia especializados. Tomó cursos con Taíno Studies, un proyecto local que busca rescatar el vocabulario y las costumbres de los grupos originarios quisqueyanos. Y cuando durante el pico pandémico le tocó preparar su primera colección, UNO, el tema ya era inevitable. “Esto no es un tema de mercadeo”, aclaró Dipuglia. “Los dominicanos nos merecemos poder conectar auténticamente con muchos aspectos de nuestra cultura. Nosotros, por temas históricos del siglo XX, nos moldeamos demasiado a lo estadounidense. Tratamos de encajar nuestra cultura a un esquema prefabricado. Pero, ¿cómo vamos a aprender más sobre nosotros mismos así?”.

Segundo, la manufactura cercana. Todas las carteras de Ká Dipuglia, incluyendo las de su segunda colección —llamada DOS— están hechas a mano por una artesana de San Cristóbal.  Para las mujeres más acostumbradas a aspirar a llevar encima un monograma de una casa francesa, la idea de andar con un amuleto taíno hecho por una mujer en San Cristóbal es una propuesta rompedora. La producción es lenta y minuciosa, pero con esto la diseñadora termina creando una cadena que beneficia a varios pares de manos femeninas. Lo ideal es que pudiera beneficiar a todavía más personas, pero existen limitantes para la industria del diseño de moda de autor. “Soy muy selectiva con las partes que uso”, explicó Dipuglia, quien cuenta con títulos de diseño de moda en Chavón y Parsons para justificar esa exigencia. “La correa y la hebilla metálica son importadas, porque tengo un estándar de calidad alto. Es frustrante, porque quisiera poder comprarlas de manufactura local, pero todavía como país no producimos a ese nivel… y al final siempre me importa más la calidad de esos accesorios. Y ni se diga de la piel”.

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La “piel” es esa tercera característica que las consumidoras locales no acostumbran ver en sus carteras. Uno de los mayores aprendizajes que Dipuglia tomó de su investigación de los pueblos indígenas locales fue su respeto ambiental a través de una explotación controlada de los recursos naturales. Por eso, a la hora de buscar un material para la fabricación de sus piezas, decidió evitar las pieles de origen animal —la crianza del ganado vacuno es, por mucho, una de las actividades agropecuarias más insostenibles que hemos creado—. ¿Cuál alternativa tenía? El lino y el yute, que se consiguen localmente, no le brindaban el acabado que buscaba. El Bananatex, un lienzo de creación suiza, le disparaba los costos. Pero encontró la respuesta más cerca de lo que esperaba: en México el nopal es una planta nativa con partes comestibles, tan atada a la identidad nacional que cuando alguien es innegablemente mexicano se dice que lleva “el nopal en la frente”. Con esa opuntia carnosa el proyecto jalisciense Desserto ha logrado crear una bio-resina que funciona como piel vegetal de textura suave y contextura gruesa, de alta resistencia y facilidad para ser teñida. Es, para fines de pool y banca, un buen sustituto vegano para el cuero de vaca. Por eso, cada vez que Desserto exporta un rollo de piel de nopal, está enviando al extranjero la mexicanidad hecha textil.  ¿Sería posible hacer algo similar y exportar el Plátano Power como tejido en nuestras carteras, nuestra ropa y nuestro mobiliario? “Nosotros los dominicanos podríamos estar haciendo algo similar con una planta o un fruto muy nuestro”, dijo Dipuglia. “Simplemente, como todo en esta industria, tiene que haber inversión e interés”.

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Fotos: Eric Álvarez y Leah Slava