Así era la desordenada economía dominicana tras la independencia
Cuando se declaró la independencia dominicana de Haití el 27 de febrero de 1844, los dominicanos heredaron de los haitianos unas finanzas desordenadas, un comercio precario y una industria inexistente. Apenas había una agricultura incipiente que era fomentada por el gobierno que dirigía Jean-Pierre Boyer.
La Primera República se instauró sobre una base débil a nivel financiero en una época de guerra, y la economía dominicana no mejoró sustancialmente en los años venideros.
“Cuando los haitianos fueron expulsados del país en marzo de 1844, apenas dejaron en las cajas del Tesoro Público en las ciudades de Santo Domingo y Puerto Plata, las sumas de $6,068.64 pesos fuertes y $5,093.77 pesos en moneda nacional, que apenas sí alcanzaron para cubrir los primeros movimientos de tropas en marzo de 1844”, reseña el historiador dominicano Frank Moya Pons en el documento “Datos sobre la economía dominicana durante la Primera República”.
Agrega que en pocos días el Gobierno dominicano se quedó sin dinero y tuvo que recurrir a los comerciantes locales, especialmente extranjeros instalados en el país, y a los grandes propietarios, para conseguir préstamos con los que pudiera cubrir sus gastos corrientes.
“Durante este primer año de vida independiente, el Gobierno dominicano tomó prestadas las sumas de $12,000 pesos fuertes y $95,591.77 pesos nacionales a distintos comerciantes y propietarios del país”, señala Moya Pons.
Los préstamos continuaron durante los años siguientes, “junto con las emisiones monetarias sin respaldo que el gobierno dominicano llevó a cabo para mantener el Estado funcionando y para dotar de numerario al país”, resalta el historiador.
“Ambas prácticas mantuvieron el comercio continuamente en crisis y fueron causa de varias quiebras de la Hacienda Pública”, agrega.
Durante el primer año de vida independiente, la moneda de ese entonces en la República Dominicana era la haitiana, pero fue pronto sustituida por una extranjera y una dominicana, especialmente papel moneda. Este último fue emitido para sacar de circulación la moneda haitiana “que se veía como un símbolo más de dominación extranjera”.
Cuando Pedro Santana llegó al poder el 12 de julio de 1844, Moya Pons destaca que el poco dinero haitiano que había quedado en circulación estaba en manos de los comerciantes y apenas había unas cuantas monedas en posesión del público.
Indica que, en 1846, las emisiones realizadas habían puesto en circulación más de 2 millones de pesos sin respaldo y el peso dominicano había perdido ya el 90 % de su valor.
“La administración de la Hacienda Pública había sido sumamente deficiente a causa de la ignorancia económica de sus directores, y cuando en marzo de 1847, el Congreso Nacional, alarmado por la crisis económica, pidió cuentas al ministro de Hacienda, este no pudo demostrar documentalmente el estado de las cuentas públicas, lo que le costó sufrir un violento ataque de parte de los congresistas que lo acusaron, junto con el Gobierno, de corrupción administrativa”, escribe Moya Pons en su texto.
Un comercio precario
Dos años después de la independencia, cuando los barcos arribaban con cargas desde los Estados Unidos, encontraban rápida venta de la harina, pan, carnes saladas, bacalao, arenque, mantequilla, queso, tocino, jabón, velas, sillas, muebles, madera, letreros de oficina, ferretería y artículos corriente de algodón.
Le retahíla de artículos los mencionó en 1846 el teniente de la Marina de los Estados Unidos, David Porter, enviado especial del presidente de su país para estudiar “las condiciones sociales, industriales y políticas de la República Dominicana”, según reseña Moya Pons.
En ese entonces, 20 pesos de papel equivalían a un dólar de plata, de acuerdo a la descripción cambiaria hecha por Porter, quien además se quejó de la falta de información estadística oficial que había disponible en esa época.
Moya menciona que, según Porter, «el poco dinero que había en el país estaba en manos de judíos”, quienes se dedicaron al comercio, especialmente de exportación.
“Siempre que el Gobierno quería pagar sus deudas aumentaba el precio de las monedas de cobre -subraya-. lnmediatamente después, el valor del cobre volvía a caer y el del papel moneda aumentaba. Los especuladores que estaban al tanto de los secretos del Tesoro hacían dinero con ambas operaciones, pero la masa del pueblo siempre sufría. En todas partes se veían las evidencias de la abyecta miseria a la que estaba reducido el pueblo; su otrora floreciente comercio había sido reducido a la nada; la educación era una farsa; y hasta los ritos de su religión habían caído en el abandono».
Agrega que los derechos sobre las importaciones de Santo Domingo para 1845 fueron 106,880 y dos tercios de las importaciones fueron de los Estados Unidos. Y el gasto público, para el mismo tiempo, en esa misma jurisdicción, fue 130,027 dólares españoles, siendo 30 mil más que los ingresos de esa provincia.
“Las finanzas dominicanas fueron siempre el lado flaco de la economía de la Primera República, aún en los periodos en que la producción y la exportación mantuvieron niveles aceptables dentro de la época”, escribe Moya Pons.
Agrega que el 1844 fue un mal año para el país a nivel económico. Las invasiones haitianas y la amenaza de una nueva dominación motivaron a los comerciantes a dejar de importar y la exportación se paralizó. Del tabaco solo se exportaron en ese año 30,000 quintales por $46,000 pesos fuertes.
“Fue necesario que los comerciantes se dieran cuenta de que por el momento la independencia dominicana se había consolidado bajo el liderazgo del presidente Santana, para que la actividad económica empezara a recuperarse poco a poco”, dice el historiador.
Agricultura con machete y coa
La exportación de caoba se constituía con “el alma y nervio” de la vida económica de la capital dominicana y la región Sur. Su principal consumidor era Inglaterra, desde donde se distribuía a fábricas de muebles, taller y ebanisterías inglesas. Por su alta explotación, acabaría agotándose en pocos años.
En el Norte del país, especialmente en el Cibao, se cultivaba tabaco, y era la base de la economía de esa región. En el Sur y en el Este, los dos productos principales eran la madera y el ganado, y la explotación era la principal actividad de los moradores de la zona. Moya Pons destaca que los registros escritos de la época hacen referencia a esa especialización regional de la producción local.
Indica que, como los dominicanos estaban involucrados en defender su patria de las constantes invasiones e incursiones militares haitianas, la guerra tendía a mantener ocupados a los hombres, por lo que la mano de obra agrícola que pudiera dinamizar el sector era escasa.
Por tal razón –destaca- la agricultura regional era mayormente de subsistencia para mantener las familias, y no generaba un incremento sustancial de las exportaciones.
La tecnología agrícola se limitaba al machete y la coa como instrumentos, y la adaptación al medioambiente de forma empírica.
“De los principales productos exportados en los años 1845, 1846 y 1847 por los puertos de Santo Domingo y Puerto Plata, que eran los principales, se destacan claramente el tabaco saliendo por millones de libras por Puerto Plata, y la caoba y otras maderas exportándose por millones de pies por el puerto de Santo Domingo”, escribe Moya Pons al citar datos de la época.
Y aclara: “Estos productos eran realmente la base de la vida económica dominicana durante esos años, pero no eran, y esto que quede claro, los únicos productos que mantenían económicamente activa en el país la población en ese entonces”.
El historiador menciona, que además del tabaco, la caoba, el gauyacán y el palo de campeche, los dominicanos también producían y exportaban cigarros, resina de guayacán, cueros de res y de chivo, miel de abejas y cera, almidón, cocos, conchas de carey, azúcar y víveres, aunque el valor de todos esos productos juntos fuese inferior al de la caoba o el tabaco por separado.
“Con el dinero recibido de la exportación de estos productos, los dominicanos compraban en los primeros años de la República las pocas manufacturas que necesitaban, acostumbrados como estaban, después de siglos de pobreza, a un consumo escaso y sobrio orientado a la satisfacción de sus necesidades más esenciales”, indica.
En Santo Domingo se importaban harinas, telas, licores y quincallería de Estados Unidos, Francia, Saint Thonas y Curazao. Moya Pons además observa que la ciudad también estaba dominada “por una minoría de comerciantes extranjeros que se dedicaban a la exportación y a la importación, siendo los más importantes de ellos judíos, españoles y alemanes”.
“Estos comerciantes extranjeros eran los canales del comercio exterior dominicano y eran de los pocos individuos que contaban en todo momento con suficientes capitales para hacer frente a todas las eventualidades, incluso a las insistentes demandas de crédito por parte del Gobierno que siempre anduvo corto de fondos”, escribe Moya Pons.
Agrega que esos comerciantes extranjeros eran los fiadores y financiadores de los pequeños comerciantes al detalle, en su totalidad dominicanos, porque la ley no permitía que los extranjeros se ocuparan del comercio minorista en el país.
Los extranjeros también estaban en Puerto Plata, donde el comercio estaba en su mayoría en manos de alemanes, que eran representantes de casas importadores de tabajo en Alemania y Holanda. También, había judíos que representaban firmas de Curazao o de Saint Thomas.
Ya en el interior del país, el comercio estaba en manos mayormente de dominicanos y era de muy bajo dinamismo, con excepción de los de Santiago.
“En 15 años, esto es, de 1844 a 1859, la estructura de la economía no varió en lo más mínimo”, dice Moya Pons. “Las variaciones que hubo durante todo este primer período de nuestra historia nacional fueron más bien cuantitativas que cualitativas».
Explica que variaron las cantidades exportadas o importadas y el número de artículos o productos importados o exportados. “Pero el Cibao siguió produciendo tabaco, cada vez en mayores cantidades, aunque hubo una ligera crisis de exportación en 1851, a causa de la guerra de Crimea, que debilitó nuestro mercado en Alemania”, destaca Moya Pons.
El Sur continuó exportando maderas, cada vez en mayor cantidad, hasta que los cortes se fueron alejando demasiado de la boca de los ríos y su transporte se fue tornando cada vez más costoso, lo que provocó que se hiciera necesario intensificar este tipo de explotación en el Norte y en el Nordeste. No obstante, la gente todavía en su mayoría estaba dedicada a la ganadería a finales de 1851.