Laboriosos latinoamericanos: mucho trabajo, pocos beneficios
Ese día, Angie llegó a trabajar dos horas antes de lo acostumbrado. Sería una jornada intensa, pues aún no había logrado los objetivos del mes y la preocupación le quitó el sueño la noche anterior. Tiene 39 años y ha dedicado los últimos tres a una entidad financiera en la que cumple en teoría horario de oficina, pero en la realidad trabaja más horas por el mismo dinero. Confiesa que, en ocasiones, no puede evitar mirar el reloj con la esperanza de que el tiempo avance más rápido.
“Sé que nadie es imprescindible, y muchas veces eso se usa en un discurso de… ‘debes agradecer que tienes un trabajo, una fuente de ingreso, hay muchos que no tienen esta posibilidad y que quisieran estar en tu lugar’, y demás. Por eso, aceptamos horas extras sin paga porque hay el miedo de que te puedan botar y eso es agotador, eso hace que el trabajo ya no sea agradable, sea una carga”, relata esta trabajadora asalariada.
En América Latina se trabaja duro. El informe Perspectivas del Empleo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) indica que en promedio los mexicanos son los que más horas anuales trabajan, unas 2.128 por persona, seguidos de los costarricenses, con 2.073, los colombianos con 1.964 y los chilenos con 1.914. La media recomendada por este organismo internacional es de 1.716 horas anuales.
Pese a esas largas jornadas, en Latinoamérica no está plenamente comprendido el concepto de “horas vs productividad”, aunque sí se avanza hacia esa tendencia. Un reciente ejemplo es Chile, cuyo presidente, Gabriel Boric, celebró la aprobación de la ley que reduce la semana laboral de 45 a 40 horas como «un paso hacia el buen vivir».
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La pandemia reconfiguró muchos aspectos de la estructura y la dinámica del trabajo, dice el subdirector de contenidos del Instituto Res Publica, Álvaro Iriarte. Pero en el caso de Chile además hubo un debate profundo sobre varios aspectos, uno de ellos la aplicación gradual de la normativa de 45 a 44 horas al primer año, a 42 horas al tercer año y a 40 al quinto año. Estos son plazos máximos, pero un empleador puede anticiparse.
Una buena noticia, con matices. Como dice a CONNECTAS el experto, “las grandes empresas, sean de capitales nacionales o internacionales, tienen interiorizado el impacto de una reducción de la jornada de trabajo porque pueden considerar en su presupuesto los turnos, otras contrataciones y en general hacer ciertos ajustes. Pero si pensamos en las pequeñas y medianas empresas, o los emprendimientos donde están contratadas dos personas, entonces la reducción va a repercutir porque no se cuenta con más recursos, y por eso es importante que se haya optado por la gradualidad”.
Ecuador fue pionero en reducir las horas laborales, lo que implicó introducir varios cambios en el Código de Trabajo de 1938, en un proceso arduo. Como explica el abogado constitucionalista André Benavides, “en nuestro país está considerado que la jornada laboral sea de manera semanal hasta un máximo de 40 horas y de manera diaria 8 horas, está dispuesto en la normativa. También es importante aclarar que está prohibido en la Constitución el trabajo por horas, lo que sí existe es el trabajo que uno puede tener de manera parcial. Por ejemplo, un trabajador que labore no las ocho, sino cuatro horas diarias, 20 horas a la semana, siempre y cuando se pague el proporcional de su sueldo que en este caso sería del salario básico unificado y evidentemente también tenga la afiliación al Seguro Social”.
Sin embargo, aún hay mucho por conquistar en ese país, como dice la presidenta del Frente Unitario de los Trabajadores (FUT), Marcela Arellano. “Siento que en el Ecuador no existe voluntad política, los asambleístas de ninguna tendencia no logran entender la importancia de desarrollar leyes que nos permitan mejorar las condiciones y eso no se está dando. Se maneja el discurso de que los trabajadores son privilegiados porque tienen trabajo y no se está pensando en otras fuentes, por ejemplo para los jóvenes (…) Lo que está ocurriendo es un incremento de la precarización laboral”.
México también va por el camino de Chile, una comisión de la Cámara de Diputados aprobó esta semana una iniciativa que reduce la jornada laboral de 48 a 40 horas a la semana para que los trabajadores “disfruten los días de descanso por cada cinco días laborales”.
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Y Colombia, aunque en medio de controversia, también transita por ese rumbo pues el gobierno de Gustavo Petro anunció que a partir del 15 de julio de 2023 habrá cambios en la jornada laboral. Este año pasará a 47 horas semanales, en 2024 a 46 y luego se descontarán dos horas por año hasta alcanzar la meta de 42 en 2026.
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Pero la mayoría de los países de la región aún tienen, por ley, las 48 horas semanales sin contar las horas extras. Ahí están Argentina, Bolivia, Costa Rica, Nicaragua, Panamá, Paraguay. Y en el caso de Uruguay existen dos alternativas: 48 horas para las actividades industriales y 44 para las comerciales.
Desde hace décadas la Organización Internacional del Trabajo (OIT) plantea reducir las jornadas hasta 40 horas por semana y encarar un debate urgente sobre la productividad y la calidad de vida, algo que especialmente en Europa ha venido tomando fuerza. Pero, ¿por qué es tan importante cuánto se trabaja? En Bélgica —donde los empleados laboran cuatro días si así lo desean— el primer ministro, Alexander Croo, dejó una respuesta contundente: “El objetivo es dar más libertad a las personas y a las empresas para organizar su tiempo de trabajo”. Esa flexibilidad es la que puede garantizar poco a poco, y previo acuerdo entre empleadores y empleados, mejores condiciones laborales, por las que tanto se lucha en Latinoamérica.
Pero no todo es auspicioso sobre este tema, pues la reducción implica cambios en las estructuras laborales, y también decisiones que podrían resultar contraproducentes. Por ejemplo, algunos trabajadores podrían verse tentados a ‘aprovechar’ ese tiempo libre para ganar ingresos extra en otros empleos, lo que desvirtuaría el propósito original de estas iniciativas.
Por otro lado, como herencia de la pandemia, incorporar la virtualidad también demanda desafíos y un sistema de planificación más riguroso para que los procesos sean más efectivos y contribuyan a una mejor relación de las partes.
El ansiado “empleo digno”
No existe unanimidad entre los países acerca del significado de tener un “empleo digno”. Pero hay algunos aspectos irrenunciables, como explicó a CONNECTAS el experto laboralista, Luis Ayala: “Por ejemplo, el cumplimiento de un salario mínimo que está establecido en cada Estado y que se entiende debe servir para vivir dignamente y cubrir las obligaciones, la cobertura de las cajas de salud del sistema social de corto plazo, un aporte real y efectivo a las aseguradoras de largo plazo que permitan garantizar una jubilación conveniente. Pero además un trabajo que no tenga sobrecarga y un clima laboral adecuado. Aunque lamentablemente en Latinoamérica por la compleja situación económica, muchos derechos laborales están menoscabados”.
Resulta un poco difícil pensar en este escenario ideal cuando en la región crecen cada vez más las actividades informales como recurso de subsistencia inmediato. Según el informe de la OIT “Perspectivas sociales y del empleo en el mundo: Tendencias 2023”, el insuficiente aumento del empleo a escala mundial y la dificultad para fomentar el empleo decente pueden poner en riesgo la justicia social.
Entonces, ¿dónde queda la calidad del trabajo? Según explica el informe, “la crisis del COVID-19 mermó los avances logrados a lo largo de un decenio para disminuir la pobreza. Pese a la leve recuperación registrada en 2021, cabe esperar que la compleja situación actual para encontrar empleo de mejor calidad se vea agravada”.
Cuando la necesidad apura, las decisiones son desesperadas y así millones de personas en el mundo, arrinconadas por la desaceleración económica, aceptan empleos mal pagados, sin contratos o con contratos leoninos, en fin, trabajos de calidad muy baja. Inevitablemente este ambiente termina por deteriorar la salud física, mental y emocional del trabajador, lo que también tiene efectos negativos en la empresa.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el «burnout» laboral como un síndrome en el lugar de trabajo derivado de un estrés crónico no gestionado con éxito, algo que los empleados tienen muy presente en el día a día, incluso inconscientemente, hasta que resulta demasiado abrumador. Alguien como Angie, que vive presionada por el tiempo, muchas veces con la carga de problemas personales o familiares, pero aun así esforzándose para mantener un trabajo que le permita sobrevivir, aunque no vivir con calidad.
Con los cambios abruptos, sobre todo desde la tecnología y la Inteligencia Artificial, quedan muchas preguntas sobre el futuro del trabajo. ¿Qué tanto cambiarán las rutinas, quiénes quedarán paulatinamente excluidos, cómo encararán las empresas las transformaciones, será posible hacer frente a la precarización? Hay muchas predicciones, pero no respuestas concretas que permitan materializar para todos el sueño de un trabajo disfrutable, que pague lo correcto y que aporte al desarrollo del país. Un deseo, pero también una meta.
Cada semana, la plataforma latinoamericana de periodismo CONNECTAS publica análisis sobre hechos de coyuntura de las Américas. Si le interesa leer más información como esta puede ingresar a este enlace.