En ‘guardia’ por la muerte de su entrenador
El 18 de enero, Bruno, uno de los perros rescatistas que entrenó para Ravio Pérez, alias “La Rabia”, para la Defensa Civil, le salvó la vida a una de las jóvenes que estaba bajo los escombros del edificio que colapsó en La Vega el pasado 18 de enero.
En los últimos años, Ravio se desenvolvía entre lavar las jaulas, cuidar los perros, entrenarlos, participar en simulacros y aconsejar a los más jóvenes en la Defensa Civil, hasta que a mediados de noviembre de 2022, la doctora Rosa Matos, del Centro de Operaciones de Emergencias, le indicó estudios de rigor y lo que “La Rabia” creía era una gripe y malestar estomacal, resultó ser un cáncer en el páncreas con metástasis en el hígado y otros órganos.
Esa condición de salud evitó que pudiera presenciar la reciente actuación heroica protagonizada por Bruno. Falleció de cáncer el 23 de diciembre de 2022. Sin embargo, el pastor belga malinois y otros perros de la Unidad K9 aún pueden olfatear las cenizas de Ravio, que fueron esparcidas en los pasillos de la perrera y en el tronco de un frondoso árbol contiguo a su jaula, como lo pidió a sus familiares al enterarse de su cercano fin.
Esta unidad está en la parte oeste de la Defensa Civil en los terrenos de la Plaza de la Salud.
Tal era su amor por los canes, que mientras rescatistas fueron trasladados a la zona este del país durante el paso del huracán Fiona, Ravio ayudó a una perra llamada Taipán, también del K9, a parir a ocho crías.
Meses después, estos cachorros llevan un crecimiento adecuado y serán clasificados para su entrenamiento e integración en las labores de rescate, que pueden ir desde estructuras colapsadas hasta búsqueda de desaparecidos en terrenos abiertos.
Bruno le rindió guardia de honor a Ravio frente a su féretro en la funeraria. Se mantuvo acostado, tranquilo y con la cabeza erguida, mientras en los laterales estaban el director de la Defensa Civil, Juan Salas, y los integrantes de la Unidad K9, incluido el entrenador general Juan Ramón Paulino.
Vivía en la Defensa Civil
Según cuenta Viera Pérez, la hija de Ravio, quien lo define como: “mi todo, mi primer amor”, éste tenía un tiempo viviendo en la Defensa Civil, tras dejar la habitación que tenía alquilada, cerca de allí, por inconvenientes con el propietario.
“Yo le pagaba el cuarto y le estaba buscando otro con personas que yo conocía”, explicó la joven, quien reside en Estados Unidos y era el soporte económico de su progenitor.
Él comenzó como voluntario y unos años después fue nombrado con un sueldo de poco más de 10,000 pesos mensuales.
La Defensa Civil tiene unos 14,500 socorristas, de los que solo 451 devengan un salario, que en su mayoría es de 10,000 pesos.
Los voluntarios tienen seguro médico y de vida, además se les proporciona transporte, alojamiento y alimentación, según explicó Delfín Rodríguez, subdirector de la entidad.
Su anhelado deseo
La doctora Matos llamó a Viera para hablar sobre la salud de su padre.
“Cuando yo viajé (el 19 de noviembre), la doctora me dijo que le quedaban de tres a seis meses de vida… Yo tenía una esperanza de que la doctora Matos se había equivocado, (hace una pausa y llora), la doctora cuando me lo dijo se puso a llorar, la voz se le trancó y solo me dijo dale mucha calidad de vida”, dijo la hija.
Al saber el diagnóstico, le preguntó a su padre qué quería que hiciera si él fallecía, sin pensar que esto se produciría 34 días después. Su repuesta fue que cremaran su cadáver y regaran sus cenizas en K9 y otros dos lugares que le gustaba frecuentar: un colmado de la avenida Tiradentes donde tocaba la clave o palitos (instrumentos de percusión) por diversión y en la playa de Guayacanes.
En un furgón y sin fármaco
La solidaridad siempre lo acompañó, pero no hubo una intervención oportuna que agilizara el suministro del analgésico para calmar el dolor de Ravio.
La madre de Viera, la señora Pilar Caminero, aunque tenía muchos años separada de Ravio, lo retiró de un furgón que le habían habilitado en el patio de la Defensa Civil para que durmiera, a fin de que otros médicos lo vieran y también especialistas del Instituto Nacional del Cáncer Rosa Emilia Sánchez Pérez (Incart).
El dolor era muy fuerte y un especialista, pariente de doña Pilar, le había indicado unos analgésicos en espera de que Oncología le recetara los que ameritaba el caso y el seguro Senasa se lo aprobara. Estaba afiliado al régimen contributivo.
Ya en el Incart, tras agotar los procesos de rigor, se dirigió a Senasa, con una prescripción médica, controlada por la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD), de fecha 14 de diciembre. Al no tener el expediente completo se lo devolvieron y no fue hasta el 19 que lo recibieron. Esas entidades cumplieron con su protocolo, dijo la solidaria señora, pero precisa que un día de dolor para un paciente de cáncer es desesperante.
La llamada de Senasa de que ya habían aprobado los fármacos llegó cuatro días después, o sea, el 23 de diciembre, y la respuesta fue “ya no es necesario, lo estamos velando”.