Se cumplen 10 años de entronización del papa Francisco
Cuarenta viajes, 60 países visitados y más de 400 mil kilómetros recorridos, equivalentes a 10 veces la vuelta a la Tierra, o a un viaje a la Luna. Esta síntesis numérica de los 10 años de pontificado de Francisco muestra la dimensión de los puentes que ha tendido desde el Vaticano. Pero no bastan para explicar el perfil que el Papa argentino intentó imprimirle a la Iglesia Católica desde el cónclave del 13 de marzo de 2013, hace una década.
Aquel día, Jorge Mario Bergoglio entró al Colegio Cardenalicio como arzobispo de Buenos Aires y salió horas después convertido en el primer papa latinoamericano y jesuita de la historia. En honor a su origen tercermundista escogió el nombre de Francisco (por San Francisco de Asís, el santo de los pobres). Ese fue el primero de los muchos mensajes de austeridad que le envió al mundo.
Renegando de los privilegios y lujos palaciegos del Vaticano, recién electo y al momento de saludar desde el balcón de la basílica de San Pedro, apareció sin los zapatos rojos, la capa de terciopelo y la cruz pectoral dorada, tradicionales símbolos de los “príncipes de la Iglesia”. Al día siguiente, lo fotografiaron mientras pagaba de su bolsillo su cuarto en el hotel vaticano donde se había alojado y después se mostró trasladándose por Roma en un viejo Renault 4 en lugar de los lujosos autos alemanes que tenía a su disposición.
Todos esos gestos han dado de qué hablar en estos 10 años de Francisco como pontífice. Y a la hora de los obligados balances, quienes miran de cerca la política y la diplomacia vaticanas destacan sobre todo esa opción por “una Iglesia pobre para los pobres”. Pero al ser el primer latinoamericano en el trono de San Pedro, ¿hay alguna otra marca de nuestra región que le haya legado a los católicos el “papa del fin del mundo”, como él mismo se ha llamado? ¿Ha sido Francisco un papa latinoamericano?
De los 60 países que visitó, 10 fueron de nuestra región, donde vive la mayor cantidad de católicos del mundo. Pero también donde el Vaticano sigue cediendo terreno. “En los últimos 30 años la Iglesia Católica de América Latina ha perdido más de 70 millones de fieles, prácticamente en su totalidad integrantes de los sectores medios y pobres de la sociedad, que se han volcado en masa a las comunidades evangélicas”, escribió el analista internacional argentino Jorge Castro en un ensayo publicado apenas asumió Bergoglio, en 2013. En ese año el 67 % de los latinoamericanos se definía como católico, según la encuesta Latinobarómetro. Siete años después, en 2020, el mismo índice había caído hasta el 56%. Es decir que ni la presencia de un Papa latinoamericano logró revertir la tendencia.
Hoy, el mismo Castro —autor del libro “La visión estratégica del Papa Francisco”— opina que más que su origen geográfico, el pontífice de 86 años ha reivindicado su formación jesuita, heredera de las misiones de la Compañía de Jesús en las comunidades guaraníes en el siglo XVII. Como dijo Castro a Connectas, el papa ha puesto el acento en “la identidad y la dignidad de los pueblos, un esfuerzo sistemático por crear las bases culturales y de carácter espiritual de una nueva sociedad mundial fundada en la identidad y no en su homogeneización”.
Por primera vez en 1,300 años, en el Vaticano gobierna alguien que no nació en Europa. Allí podemos encontrar otra clave del papado de Francisco: su predilección por los lugares periféricos. Los expertos, incluso los más críticos como el historiador Loris Zanatta, coinciden en que sus viajes han privilegiado países pobres, postergados, donde la Iglesia Católica empezaba a ser cuestionada por su frialdad y lejanía frente las emergencias sociales más graves. “El Papa considera a Europa un continente decadente y cree que en la periferia hay un sentimiento religioso más puro”, explicó Zanatta en una entrevista. Y agregó que por eso “le dio un extraordinario impulso a la desoccidentalización de la Iglesia Católica”.
En su viaje más reciente, a principios de febrero, el pontífice visitó la República del Congo y Sudán del Sur, dos de las naciones más pobres de África. Algo que reafirma el perfil “disruptivo” que le adjudica la periodista Elisabetta Piqué, biógrafa de Francisco: “Realmente este Papa ha significado un cambio. No sólo se ha vuelto la voz de los sin voz, sino una autoridad moral mundial: todos los líderes del mundo lo escuchan”. Para la corresponsal en Roma y el Vaticano del diario argentino La Nación, “otro gran cambio de Francisco es haber internacionalizado como nunca el Colegio de Cardenales, donde cuando él fue electo la mayoría era europea, italiana sobre todo, y esto ha cambiado drásticamente. En este colegio cardenalicio están representadas todas las áreas del mundo, sobre todo las periferias”.
De los 223 cardenales que integran hoy esa institución clave del poder Vaticano, el actual Papa nombró la mitad, una muestra de la influencia que tendrá el pontífice argentino en la Iglesia del futuro. Una Iglesia —coinciden las fuentes— más transparente y más cercana a sus fieles. Así lo destaca el jesuita colombiano Jorge Serrano, hasta hace pocos meses funcionario de Francisco en el Vaticano: “Un legado que nos ha tocado el alma —dice— es la ternura con que Francisco se acerca a la gente, inclusive a los que piensan distinto que él. Cómo se acerca a la persona víctima de los abusos; cómo se acerca a la que tiene una enfermedad desconocida o huérfana; cómo se acerca a las que han sufrido los efectos de la guerra que los han dejado con mutilaciones; a los perseguidos políticos; a la población gay”.
Serrano recuerda una anécdota que ilustra lo anterior. “Aquí en Italia el 15 de agosto es el Ferragosto, un feriado donde toda la gente se va al mar. Entonces el Papa estaba dando una vuelta en uno de esos coches de vidrios oscuros, para mirar cómo está Roma sin dejarse ver. Y le dijo al conductor: ‘¿Por qué hay tan poca gente hoy en esta zona?’. ‘Bueno, le contestó, porque hoy es 14 de agosto, víspera de Ferragosto, y toda la gente se ha ido al mar’. Pero él observó muchos indigentes alrededor de la plaza de San Pedro, pues a las personas de la calle les cuesta ir al mar a pesar de que está muy cerca de Roma. Entonces le dijo al chofer: ‘Yo creo que debo tener algo ahí de dinero, habla con el que tengas que hablar y tú quedas encargado para que mañana todas estas personas tengan un día de mar: compra vestidos de baño nuevos, compra juguetes para los chicos, consigue algo de música, pizzas, bebidas, y un autobús para llevarlos hasta el mar’. Eso no salió en la prensa, pero demuestra coherencia y su ánimo realmente de ayudar”.
“Recen por mí”, suele repetir el Papa. Los que conocen a Bergoglio desde sus días de jesuita en Buenos Aires o en los últimos 10 años como Papa, vuelven siempre hacia gestos de empatía como este. Que hablan más que los silencios que le han despertado algunos cuestionamientos, como no haber condenado explícitamente a autócratas como Vladimir Putin y Daniel Ortega.
“Francisco no va a salir a descalificar ni a ponerle adjetivos de dictador a Ortega, ni tampoco va a salir a hablar en total respaldo de las personas que están siendo víctimas de algunas situaciones en Nicaragua. Su nombre lo dice, ‘pontífice’, el que establece puentes, que busca puntos de diálogo y de encuentro”, explica el vaticanista Néstor Pongutá. Este experto también aporta un gesto desconocido de Francisco hacia Putin: “En una oportunidad se fue él mismo hasta la representación rusa en el Vaticano, donde el embajador tenía un teléfono rojo que era solo levantarlo y se comunicaba con el mandamás ruso. Se fue a timbrarle allí a la embajada, a decirle ‘déjeme hablar con Vladimir Putin’. Él no ha descartado, si es necesario, ir hasta Moscú o adonde tenga que ir” para parar la guerra en Ucrania, asegura este experto colombiano.
Al ser un líder religioso que representa a los católicos del mundo, Pongutá rescata que su origen latinoamericano “es un hito que cambia el eurocentrismo” de la Iglesia. Pero sostiene que “lo que empieza con Francisco es una Iglesia verdaderamente católica, es decir universal, donde la periferia y el centro no pueden competir, y no pueden existir la una sin la otra”.
Bajo esta impronta, ¿hay posibilidades de que lo suceda un latinoamericano? Nadie lo asegura, pero tampoco lo descarta, porque la elección de Bergoglio abrió una puerta que ahora resulta difícil cerrar. Para preservar el poder de la periferia, Pongutá recuerda que el Papa nombró al venezolano Edgar Peña Parra en un cargo clave: Sustituto de la Secretaría de Estado, una función de poder en el organigrama vaticano a nivel de nuncio apostólico.
Pero más que a América Latina, Castro apuesta a otro continente como la próxima cuna de un Papa. “Creo que el próximo es asiático, probablemente un filipino”, dice en referencia a Luis Antonio Tagle, arzobispo de Manila. “Es el instinto de Mateo Ricci en el siglo XXI”, agrega el analista argentino en referencia al misionero jesuita que llevó el cristianismo a China en el siglo XVII.
Apertura, austeridad y opción por las periferias parecen ser las huellas más visibles que ha dejado Jorge Bergoglio en su paso por el Vaticano en estos diez años. Como dice Castro, le ha dado forma a una Iglesia “cada vez menos conservadora y más volcada a los intereses populares y de los sectores sociales de menores recursos. Y fundamentalmente, centrada en los países emergentes del mundo”.
Y sin haber sido la región que más visitó, Pongutá no duda de que su origen latinoamericano ha marcado su pontificado: “Es el primer Papa de los 266 elegidos que viene desde América Latina, ha llegado desde el continente de la esperanza. En el Vaticano, el PIB —por hablar en términos económicos— no se mide por dinero, sino por almas. Y el fortín más grande de la Iglesia Católica está precisamente en América Latina”.
Más convencido del rol que ha cumplido Bergoglio, Serrano dice que su papado ha sido una “revolución” cuyos frutos se verán dentro de varias décadas: “Francisco nos está planteando virajes radicales que suponen un cambio cultural. Y en ese sentido creo que es una de las mejores herencias que nos deja a la Iglesia de América Latina”.