Exploración de los derroteros del arte dominicano
Analizar y valorar el contexto artístico dominicano es una tarea desafiante, sobre todo, si consideramos la rapidez con la que se organizan grandes exposiciones. A pesar de la falta de curadores y recursos para museografía, se destaca la efectividad de crear espacios de confluencia para el arte mediante sinergias entre artistas y espacios culturales. Casi todas las semanas, Santo Domingo se convierte en el epicentro de eventos relacionados con las artes visuales, y se estructura una lógica para el encuentro de varios especialistas y diletantes. Las poéticas, los temas y las generaciones, se van entrelazando de manera espontánea.
La Trigésima Bienal Nacional de Artes Visuales, por ejemplo, se presenta como una fiesta para el arte dominicano. Aunque no ha sido un programa que se ha desarrollado desde la gestión investigativa, reúne un grueso de obras de valor, tanto formal como estético. Además, la Bienal rindió homenaje al maestro Jorge Pineda, al que dedicó la trigésima edición del evento. La muestra “Nuevas anatomías” permitió que el público se acercara a la obra de Pineda, a sus dibujos, pinturas e instalaciones, creadas entre 1990 y 2015. Este tributo resultó ser una celebración de la trayectoria del artista y un recordatorio de su impacto en la escena artística dominicana. Sin embargo, esta celebración no estuvo exenta de controversias. Las decisiones del jurado han desencadenado debates y cuestionamientos, y generaron un diálogo crítico sobre el estado actual del arte.
Con la finalidad de reducir el impacto negativo en estos procesos, es necesario aunar esfuerzos y procurar la institucionalidad del evento. Se precisa construir una lógica común de pensamiento. Esto contribuirá a una lectura más dinámica e integradora que permita proyectar lo mejor del arte dominicano.
Para la próxima edición se debe trabajar con tiempo y recursos, comisionar proyectos a especialistas bajo la premisa de la diversidad y el policentrismo. Hay que procurar la puesta en vigencia de un corpus estético donde se evidencie todo lo valedero que han venido generando los artistas dominicanos, porque la bienal deja de ser un concurso para poner a disposición del público un sello de identidad.
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