El pueblo de Dieguito recuerda a Gabriela Reyes
El pequeño pueblo de Dieguito, en Puerto Plata, está de luto. El pasado viernes 16 se enteraron de que su vecina Gabriela Reyes había sido encontrada muerta en España. Desde entonces, “nadie ha querido prender música. Nadie ha tomado un trago”. La familia de Gabriela y sus vecinos recibieron aquella noticia que tanto temían: el cuerpo que se encontró en un río de Pamplona era el de su vecina, tan querida por todo el mundo. Dejó a un esposo y a dos hijos, que esperaban verla en febrero, fecha en la que ella tenía planeado visitarles.
Nadie se lo habría imaginado años atrás, cuando Gabriela caminaba por esas calles, pequeña y con una sonrisa. Allí, en esas mismas calles del pueblo de Dieguito, en el que todo el mundo se conoce, está Luis Rodolfo Kunhardt. Él vive en la casa de al lado de Gabriela. Fue juez de instrucción en Puerto Plata y presidente de la cámara penal. Ningún hecho le conmovió tanto como este. “Conocía a Gabriela desde que tenía 13 años. Era una vecina buena, servicial, afable”, comenta Kunhardt. Tiene un rostro serio, le da un sorbo a su café. Comenta que “ha sido un golpe durísimo para nosotros, como si fuera una hija”.
Kunhardt describe a Gabriela como una persona “servicial, tranquila, buena vecina”. Solo tiene palabras buenas para ella. La conocía desde que tenía 13 años y vivían casa con casa, justo al lado. Es por esto que él la trataba “como si fuera una hija”.
«Hay cosas que no entiendo»
La tragedia de Gabriela mantuvo a todo el pueblo en vela durante meses. Había muchas preguntas sin responder. Y sigue habiéndolas. Kunhardt siguió el caso de cerca, como la mayoría de los vecinos, y confiesa, un poco tímidamente, que “hay cosas que no entiendo”.
No comprende cómo su vecina acabó en el río y su bolso se quedó en la orilla. Tampoco sabe darle un sentido claro a las imágenes de las cámaras de seguridad del local, en las que se ven algunos comportamientos extraños por parte de algunos hombres. Y lo que menos comprende el exjuez Kunhardt, con muchos años de carrera como letrado a sus espaldas, es la inexistencia de grabaciones de cámaras de seguridad en la calle que puedan esclarecer cómo acabó su vecina en el río.
Se enteró de la desaparición de Gabriela porque “al esposo lo llamaron, somos los vecinos más cercanos y nos enteramos”. Desde aquel momento, allí por el 7 de diciembre, el pueblo mantuvo la fe de que apareciera con vida. Sin embargo, el pasado viernes 16 llegó la peor noticia. “Aquí en Dieguito ha sido fuerte. Hay como tres negocios y ni la música han prendido. Nadie ha querido prender música. Nadie ha tomado un trago”, comenta Kunhardt, melancólico.
«Ella era flaquita, con mucho pelo»
Más allá, en otra de las casas vecinas, de color blanco y con detalles de pintura rosa, Nereida Santo se encuentra sentada en uno de los sillones del interior. En el pueblo le dicen Juliana y así es como Gabriela la llamaba. Está triste, con los ojos vidriosos al recordar a su vecina.
Juliana comenta que “Gabriela era mi vecina de más cerca. La conocía desde que era muy jovencita, desde que se casó con 14 años”. La describe con mucha ternura, como una madre que habla de su hija. “Ella de pequeña era flaquita, con mucho, mucho pelo. Era una chica trabajadora, aquí todo el mundo la quería”.
La vida de Gabriela en el pueblo era humilde y se preocupaba por los demás. “Era una chica alegre con todo el mundo. Si yo estaba enferma ella venía a cuidarme”, confiesa, ahora entre lágrimas.
Cuando se enteró de su muerte, le causó mucho dolor. “Yo hasta quise ponerme mala”, confiesa. Juliana sufre de la presión y la noticia le dio un dolor muy fuerte. Como muchos vecinos, declara que “pensaba que iba a regresar con su familia. El pueblo está de luto”.
Ella me decía: “Me está yendo bien”
En el pequeño pueblo de Dieguito hay una zona de sombra con algunos bancos. En uno de ellos, Elpidio Brito, al que llaman Pina, descansa sentado. También está de luto por la muerte de Gabriela. “Yo la conocía desde hace muchos años”, confiesa. El abogado Kunhardt interrumpe para manifestar que Elpidio era como un tío para Gabriela, y él lo corrobora.
“Era muchacha bien, bien, muy cariñosa”, afirma Elpidio. Tiene una mirada perdida, quizá causada por el impacto de la noticia. Cuando Gabriela iba de visita al pueblo, «nos poníamos aquí a beber cerveza, estábamos por aquí en la casa… Ella era una chica muy sociable”, añade.
Con los ojos tristes al recordar todo aquello, Elpidio se presta a contar cómo era su relación: “Éramos compadres, yo era como un tío para ella. Yo le preguntaba cómo le iba y ella me decía “me está yendo bien”.
«Siempre me trató como una madre»
La casa en la que vivió Gabriela es amarilla y está vacía. Su esposo está trabajando con el ganado y sus hijos se encuentran fuera: uno en el colegio y otro entrenando. Unos metros más allá, Virleny Kunhardt, hija del abogado, toma un café a la sombra. Tiene 17 años y conocía a Gabriela “desde que yo era pequeña”. Desde pequeña la tuvo al lado. Además, “sus hijos son como mis hermanos y ella siempre me trató como una madre”, añade.
Cuando Gabriela estaba en República Dominicana, “salíamos a la playa, cocinábamos y salíamos a los ríos”. Luego, cuando se fue a España, “hablábamos cuando ella llamaba a su esposo y a sus hijos”.
Cuando habla de la desaparición, Virleny se pone un poco triste. “Sus hijos estaban con mucha angustia”, comenta. Al igual que el resto del pueblo, durante todo el tiempo en que Gabriela estuvo desaparecida, tenía esperanzas de que la encontraran con vida. “Cuando apareció el cuerpo teníamos la esperanza de que no fuera ella”, finaliza.
Son algunos de los testimonios de un pueblo que está de luto por la muerte de una vecina querida por todos. Gabriela dejó un buen recuerdo a sus dos hijos y a todo el pueblo que la vio crecer. Ellos no la recuerdan por los últimos dos meses que estuvo desaparecida, sino por todas aquellas veces que compartieron tiempo en la terraza, por las veces que fueron a la playa, cocinaron y comieron juntos o por las veces que se cuidaban cuando alguien estaba enfermo. Gabriela fue una madre que veló por sus hijos y que emigró a España a trabajar para poder conseguirles una vida mejor. Pero Gabriela no fue solo una buena madre o hermana, sino también una vecina que todo el pueblo recordará.