“Soy el fruto de un incesto y no sé si fue mejor nacer o haber sido abortado”

Esta conversa­ción pudo no haberse dado. Una porque el protagonista de esta historia no estaba se­guro de hablar del tema, y otra porque quien la escribe no quería escucharla y mu­cho menos, contarla.

Finalmente se hizo posi­ble. El drama es fuerte. No es aconsejable leerla, pe­ro es una realidad. Él está a punto de cumplir 24 años, “pero parezco de 40”, dice él. Es el fruto de un incesto y está consciente de ello. Su mamá se lo contó cuando él cumplió 18 años.

“Yo tenía muchas pregun­tas. Siempre las tuve. No me explicaba por qué tenía so­lo el apellido de mi abuela, por qué no conocía a nadie de mi familia por parte de mi papá, por qué ella co­mo que no me quería, por qué mi abuela era la que andaba conmigo pa’arriba y pa’abajo”. Las lágrimas concluyeron sus interro­gantes, y las respuestas que hoy tiene no han aliviado su dolor.

Pocas personas saben que carga con el peso de ser el hijo y el nieto de su padre. “Soy el fruto de un incesto y no sé si fue me­jor nacer o haber sido abor­tado”. Enmudece y mira hacia arriba para no vol­ver a llorar. “Pa’que tú ten­gas una idea, yo no sabía lo que era eso de incesto. Después que mi mamá, de tanto preguntarle lo mis­mo, me dijo la verdad fue que yo comencé a buscar sobre ese tema. Claro, des­pués de dar muchos gritos. Me pasaba el día entero bus­cando en Internet y aunque no lo creas, eso me ayudó, me di cuenta que yo no era el único”.

Hace un aparte y con amabilidad ofrece un café o refresco. Aceptado el brindis llamó a la señora para que colara el café. “Ella prepa­ra un café jevi”. Con este co­mentario le quitó pesadez a la conversación. Se acomo­da los botones de su camisa de cuadros azules que ame­nazaban con delatar que está pasado de libras. “He aumentado de peso en la pandemia, pero voy a bajar ahora porque duré un tiem­po trabajando en la casa”. En esta ocasión sonríe.

¿Qué trabajas? Había que preguntar. “Yo trabajo en una compañía que brega con dis­positivos electrónicos. Sabes, a mí me gusta todo lo que tie­ne que ver con tecnología”, respondió dispuesto a seguir contando sobre ese aspecto. Era notorio que estaba eva­diendo el tema que lo acongo­ja. Había que buscar la mane­ra de reintroducirlo. ¿Y en tu trabajo conocen tu historia? “Nooooo, jamás. Me mue­ro yo. Usted no se imagina lo que me ha costado a mí acep­tar mi situación”. Vuelve el llanto. No pudo disimularlo.

Como responsable de su avance para deshacerse de “esta cruz” señaló a la per­sona que ha contribuido con LISTÍN DIARIO para desnu­dar esta realidad que sí exis­te en el país, con más inten­sidad de lo que se pueda imaginar.

Lo que imaginaba
Antes de enterarse de la verdad, por su mente pa­saban muchas cosas. “Des­de chiquito, yo me ponía a pensar en que mi mamá era diferente, no era como las demás que siempre se pre­ocupan por sus hijos. Ella siempre estaba como en el aire. Y recuerdo que cuan­do yo tenía como seis o siete años ella intentó suicidarse y mi abuela la llevó al mé­dico y le limpiaron el estó­mago. Yo siempre creí que había sido por mí”. Calla y en la calma parece buscar otros elementos de los que guarda de aquella infancia marcada por el desamor de su mamá.

Iba a la escuela como to­dos los niños, aunque siem­pre le gustaba estar solo. No sabía por qué, pero cuando se aislaba sentía tranquili­dad. Así no veía a sus po­cos amigos con su familia, y lo mejor, no tenía que res­ponder sobre el por qué su mamá nunca iba al centro educativo ni a llevarlo ni a buscarlo.

Con esta parte no hu­bo necesidad de usar comi­llas porque fue un punto en el que abundó para volver a escapar del compromiso que había aceptado de con­tar ese secreto de su vida. ¿Tus profesores se preocu­paban cuando te aislabas? Dijo: “A veces, pero les decía que me gustaba estar solo. Y cuando me preguntaban por mi mamá, les decía que vivía con mi abuela, que era cierto, o que es cierto”.

En efecto es así. Fue en una pequeña terraza de la casa de su abuela donde se realizó esta conversación que desgarró el alma. De­leitarse con las plantas que adornan el espacio ayudó bastante a evitar que las lá­grimas echaran a perder el trabajo.

“Sufro desde que tengo uso de razón”
El joven que en abril cumplirá sus 24 años, lleva según sus cál­culos, alrededor de 20 años de tortura. “Yo sufro desde que ten­go uso de razón. Desde pequeñi­to entiendo yo, porque creo que ni de bebé, mi mamá me dio un poquito de amor, y la en­tiendo. Ese señor que, aunque duele, era mi papá y mi abue­lo, le tronchó la vida a ella, y a todos. Porque si hablamos de lo que ha sufrido mi abuela, no acabamos hoy. Tuvo que ha­cerse cargo de mi mamá y de mí”. Fue el momento en que más lloró.

Así entre sollozos siguió diciendo: “Eso es lo que más me duele, porque es que fue mi abuela que la obligó a te­nerme, a veces creo que por eso es que ella me quiere y me cuida tanto, pero hay día que, de verdad, me hubiese gustado no nacer”. No pudo seguir hablando ni los de­más preguntando.

Escribir sobre esto tam­bién duele. Es como reen­contrarse de nuevo con ese joven que ha batallado du­rante toda su vida con un trauma que ni “las maripo­sitas” en el estómago que siente ahora por su enamo­rada, logran superar.

¿Y es cierto que tienes una novia? Se le preguntó para bajar la intensidad a uno de los momentos más difíciles de la entrevista. Más calma­do, sonríe aun entre lágrimas y con la cabeza acierta. Espe­ra unos segundos y comen­ta: “Estoy tratando a alguien porque después que recibo la ayuda de mi señora aquí, me he propuesto rehacer mi vida o, mejor dicho, hacer mi vida”. Lo dijo mirando a la sicóloga que acompañó al equipo.

SEPA MÁS
Las heridas

No culpa a su abuela por haber nacido, pero en ocasiones tampoco se lo ha agradecido. “Mi ma­má no me abortó por­que mi abuela no sabía de quién era el embara­zo y la obligó a tener­me. Cuando nací, fue que ella le dijo la verdad a mi abuela. Ahí, según ella me contó, porque ya ese tema no se habla, fue que mi mamá le dijo la verdad. Mi abuela lo botó de la casa, él se fue, después cayó preso por­que según decían, violó a una menor. Ahí, gra­cias a Dios, y que perdo­ne Dios, lo mataron”. No se siente mal por el co­mentario.

Su mamá sufre de de­presión y pocas veces sa­le de su cuarto. Esto se pudo constatar durante el tiempo de la conver­sación. Nunca fue vista. Ella también recibe te­rapia.

La abuela tuvo dos hi­jos. El primero murió cuando era un niño, y solo se quedó con la ma­dre del protagonista de esta historia. “Yo soy su otro hijo, por ella estu­dié, aunque sean cursos técnicos; aprendí a tra­tar a mi mamá, y nada, aquí estoy intentando librar esta batalla”. Con­cluye con un ademán que denota su deseo de liberarse de estas cade­nas que lo atan a un pa­sado desolador.