Martí y la Guerra Restauradora
José Martí, apóstol de la independencia de Cuba, vino al país a invitar al dominicano Máximo Gómez a que lo acompañara. Firmaron el Manifiesto de Montecristi, el 25 de marzo de 1895.
¿Por qué a Máximo Gómez? Porque dominaba el método de guerra invisible, aplicado por los dominicanos y escrito por Ramón Mella en la circular 212.
La Guerra Restauradora conmovió a América y a Europa.
Los periódicos españoles hacían reportajes, como este de “El Contemporáneo”, Madrid, 26 de abril de 1864:
“Una persona entendidísima nos dirige la siguiente carta (…) La Guerra de Santo Domingo ha tomado proporciones colosales (…) Sabido es que los dominicanos tienen valor personal, y que ayudados de sus impenetrables bosques y de sus ásperas y formidable cordilleras, solo factibles a sus encallecidos pies, hacen una terrible ofensa desde el interior al exterior de aquellos, con un sistema de guerrillas y emboscadas sin que apenas sea posible molestarle, pues si en algún punto accesible perciben el brillo de nuestras bayonetas, huyen a sus madrigueras dejando defraudadas las esperanzas de un triunfo seguro a nuestros valientes, y es esto tan cierto, que desde que se han organizados nuestras columnas, ni una vez ha tenido lugar de ver la cara de los facciosos(…) Divididos y ocultos los rebeldes entre las espesas malezas de un país que no tiene caminos y muy escasas poblaciones, se hace de todo punto imposible una victoria de resultado o decisiva”
“Los rebeldes dominicanos, hombres de escasas necesidades en general, los más descalzos y medio desnudos, amamantados en la guerra que por espacio de tantos años han venido sosteniendo, se mantienen con los frutos del país, la caña, el casabe, el boniato y los plátanos; lo que unido a las bondades que este clima les dispensa, les da ventajas inapreciables sobre el soldado europeo, que tan pronto se enerva con los rayos abrasadores de esta tierra tropical. La historia ha demostrado tristemente la verdad de lo que queda dicho, y el valiente ejército francés, no ha muchos años, dejó aquí sepultados muy cerca de cuarenta mil hombres. España con las posesiones de Cuba y Puerto Rico, donde organiza sus batallones, donde tiene sus hospitales, de donde recibe las provisiones de guerra y boca para los ejércitos de mar y tierra, cuenta con elementos preciosos para los ejércitos de mar y tierra, cuenta con elementos preciosos para obtener un seguro resulto; pero siempre muy costoso en hombres y dinero, y este país nunca podrá da una compensación que haga merecer aquellos”. (Emilio Rodríguez Demorizizi).
José Martí lo expresó con bellezas:
“Tierra pequeña es la República Dominicana, pero tierra grande (…). Yo no sé qué simpático atractivo y no sé qué fraternales impulsos, me llevan a mirar como mías propias las bravuras, padecimientos y esperanzas de la tierra dominicana. Hija favorecida me parece de América, que no escribe poemas, pero los hace (…). Más que los naturales, los genios de la tierra parecían aquellos fantásticos soldados dominicanos. Dijérase que los auxiliaban en su campaña contra la invasión española poderes maravillosos. Las ramas de los árboles se volvieron soldados. Y si no hubieran tenido los dominicanos armas, se habrían arrancado los dientes. El pelear, de haber sido necesidad. Se hizo vicio” (47.- José Martí “Obra Completa”, La Habana, 1975, I. 7 p.13)
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