Ponencia de Edwin Espinal Hernández en la puesta en circulación del libro Marrón Tierra y Negra Noche
El abogado Edwin Espinal Hernández, realizó una ponencia especial en la puesta en circulación del libro «Marrón Tierra y Negra Noche», obra de la autoría del Dr. Franklin Almeyda Rancier.
La misma tuvo lugar en Santiago el pasado 26 de noviembre.
La presentación de esta novela en Santiago va más allá de un acto protocolar, pues responde al arraigo telúrico del autor con la Ciudad Corazón, aun cuando nació en La Piedra, Altamira.
En efecto, su pariente el Dr. Juan Bautista Pérez Rancier asegura que Tomás Rancier, uno de los primeros Rancier dominicanos conocidos – los demás fueron Felipe y Alejandro y dos hermanas cuyos nombres se perdieron en el tiempo, todos hijos de padres desconocidos – murió en Santiago y que la fosa de su tumba fue la primera que se abrió en el cementerio municipal de la calle 30 de Marzo.
“Marrón tierra y negra noche” es una historia novelada que reconstruye el aparentemente eterno conflicto dominico haitiano con la imbricación de los hechos que dieron origen a la aparición de los Estados que comparten la isla. Arimatla – que no es más que la Altamira natal del autor leída al revés -, un lugar deslocalizado, que tanto aparenta estar en Francia o en el Cibao dominicano, con fauna y gastronomía locales, es el enclave central en el que transcurre el accionar del protagonista, Francois Dominique de la Mancha, engendrado en tiempos modernos pero nacido anciano y rejuvenecido con el paso de los años, que, a partir de sus experiencias vividas desde el siglo XVII como corsario, puede exponer con sobrada propiedad a sus descendientes, parientes y amigos, como protagonista u observador que fue, detalles precisos sobre los acontecimientos claves que tuvieron lugar en la isla de Santo Domingo desde entonces.
Este personaje, un amasijo de épocas andante, no es otro más que el autor, que ha trasmutado su cátedra de historia en las aulas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo en encuentros en los variados ambientes de aquel lugar seudoimaginario para ofrecernos una lección de historia fundada en fuentes documentales y desarrollada a partir no de una memorabilia de datos, fechas y personajes sino desde la interpretación conceptual y el pensamiento lógico.
Entre conversaciones y disquisiciones del apodado El Hugonote, el autor elabora el hilo conductor del texto: la confrontación entre los mulatos dominicanos, descendientes de españoles y negros, forjados a partir del siglo XVII – cuando, en el criterio del autor, se inició el cruce de etnias que daría lugar al tejido social que antecedió a la nación dominicana – y los negros haitianos, descendientes de negros esclavos sin otra mezcla racial; de aquí el contraste entre “marrón tierra” y “negra noche” que nos remite a su título. Una síntesis de precisiones sobre hechos acaecidos en los siglos XV y XVI – en los que en su criterio no hubo un encuentro de culturas ni una transculturación, sino unas efectivas conquista y colonización -, sirve como preámbulo para explicar el punto de partida de ese contraste: la formación de la colonia francesa de Saint Domingue en la parte oeste de la isla. Mientras España – lanzada a la conquista del Nuevo Mundo sin los judíos como base mercantil precapitalista – desatendía sus territorios caribeños para concentrarse en Tierra Firme, Francia se hacía con el reino del Mauquetarie Guayaba de los taínos para convertirlo en su colonia más rica.
En el análisis de lo que sería el germen de una república con un desarrollo contrapuesto a la que surgió más tarde en la parte este de la isla, salpicado con referencias sobre los orígenes de la esclavitud en ella, la Revolución Francesa, Napoleón Bonaparte y la rebelión de esclavos de 1791, aparece un lúcido análisis que merece resaltarse: cómo a partir de los rasgos distintivos de la Revolución Industrial y la Revolución Francesa se plantearon dos posiciones políticas opuestas entre Inglaterra y Francia: la primera, al permitir la aparición de los Estados Unidos, a partir de la integración de las trece colonias de Norteamérica, y la segunda al sojuzgar a su colonia de Saint Domingue para apoyar el sistema productivo de la plantación y no permitir la libertad de los esclavos, aun cuando estos estuvieron animados por los ideales enarbolados tras las desaparición del Antiguo Régimen. Y aunque el capitalismo predicaba la desvinculación de los hombres de la propiedad como esclavos o siervos, para Francia no era necesaria la liberación de los esclavos sino la de sus remanentes feudales.
En otras palabras, las excolonias de aquellas dos potencias transitaron igualmente caminos distintos: los Estados Unidos construyeron riqueza; Haití destruyó la que existía en Saint Domingue.
La independencia de las 13 colonias y la Revolución Francesa serían pues las inspiradoras del imaginario de los criollos latinoamericanos para las independencias de las colonias españolas del continente, no así la independencia de Haití. Ahí radica para el autor el que hoy Haití sea un estado fallido y no un país con más desarrollo económico que el promedio de los países latinoamericanos y a la vez que haya presentado un proceso involutivo frente al progresivo de República Dominicana, con escenarios históricos contrapuestos, con culturas, idiomas, tradiciones y trayectorias políticas diferentes.
Un análisis dialéctico anima el abordaje del discurrir de la parte este de la isla como se revela cuando el autor cuestiona, en boca de sus personajes, episodios como la ocupación de Toussaint Louverture de 1801, para evitar que Napoleón Bonaparte implantara la esclavitud – y no precisamente para ejecutar su traspaso a Francia en virtud del Tratado de Basilea de 1795 – y el sitio a Santo Domingo de Dessalines en 1805 como respuesta a las decisiones de Ferrand contra la entonces naciente población haitiana, hechos ambos a los que descalifica como invasiones.
A un tiempo, se enfrenta a nomenclaturas tradicionales de la historiografía nacional, tales como Era de Francia, España Boba, Reconquista, Ocupación Haitiana – Era Haitiana, a su juicio, por haber sido consentida por un segmento de la población – y apelativos como Estado Independiente del Haití Español, un gentilicio ambivalente que no tenía nada de independiente ni de haitiano, pero sí mucho de español, para lograr el favor de la Corona y la gracia de Haití.
A la vez, documentos de la época cuya lectura es puesta en boca de los personajes en el texto le permiten criticar figuras pretendidamente proceras, como José Núñez de Cáceres, que producto de condicionantes sociales y económicas no pudo capitalizar el momento para echar las bases de una real independencia y no de una efímera, y Juan Sánchez Ramírez, cuya consideración como patriota protodominicano le resulta inexplicable.
Aquí la temporalidad discursiva cambia y encontramos a Francois Dominique de la Mancha no como narrador sino como partícipe mismo de los acontecimientos que antecedieron y siguieron al 27 de febrero de 1844, momento a partir del cual el autor engarza nuevamente la confrontación entre los marrones de la tierra y los oriundos de la negra noche. De este modo, se detiene en episodios en los que descarga su mazo analítico para plantear sus apreciaciones.
Concluye así en que fue accidental el trabucazo de Mella en la puerta de la Misericordia; en que la capitulación amistosa de la plaza de Santo Domingo fue expresión de los lazos masónicos que unían a la oficialidad haitiana con los separatistas dominicanos; que Mella organizó efectivamente una resistencia en la sierra a propósito de la batalla de Santiago, contrario al planteamiento generalizado de que huyó a San José de Las Matas; que en la retirada de Pedro Santana a Sabana Buey se reconoce la desconfianza en la superioridad de sus tropas y la necesidad de un apoyo francés y que un dubitativo Duarte en Puerto Plata perdió la única oportunidad que se presentó en la génesis de 1844 para fortalecer y unificar a los trinitarios con las fuerzas sociales y militares del Cibao para consolidar la República.
Más allá de la exposición cronológica del proceso independentista, el autor sostiene como argumento capital del período que la base productiva del país, entonces rural y no conectado con el exterior, salvo contadas ciudades, incidía en la prevalencia del pensamiento conservador frente al ideal liberal duartiano, de suerte que el mundo hatero desconocía los valores de las capas sociales urbanas ligadas al mercantilismo.
De aquí que el golpe de Estado de los trinitarios a la Junta Central Gubernativa de Tomás Bobadilla no tuviera efectos permanentes y diera paso a lo que llama el Estado Hatero, en el que los liberales no volverían a sobresalir, de nuevo fugazmente, sino a propósito de la revolución de 1857, que circunscribe por demás a un conflicto de comerciantes santiagueros con Buenaventura Báez y no a un malestar generalizado de la clase tabaquera.
La campaña que se extendería entre 1844 y 1856 permite al autor contextualizar su segunda tesis clave: las derrotas infringidas a Haití crearían confianza y arraigo y contribuirían a construir la identidad de la República Dominicana y, en contrapartida, alimentarían la futura condición de estado fallido de la vecina nación; los mulatos que forjaron el Estado dominicano se impusieron a los negros que dieron sustento al Estado haitiano, pero ello no se destaca para hacer aparecer al segundo como una amenaza constante.
La composición racial de los actores sociales en ambos lados de la isla se alza pues como el factor clave para la compresión de sus trayectorias políticas, económicas y sociales.
Puede que la visión de Haití como estado fallido producto de su configuración histórica y su distinción respecto de la República Dominicana, asumida como un estado todavía en construcción, con instituciones que ameritan fortalecerse, resulte para muchos un respaldo del discurso oficialista sobre la cuestión haitiana y no complazca a muchos. Salva al autor el que estemos frente a una novela y que, al margen de las discrepancias que surgirán en torno a la evaluación que sus personajes hacen de la trayectoria de ambos países, lo que exponen camina al lado de SU verdad. Y ahí está el valor de esta obra, asumida con entera libertad de pensamiento.
Vale pues apelar al buen juicio, aun desde el disenso, para reconocer su valor como referente reconstructor de la andadura de dos países que comparten el mismo trayecto del sol – como diría Pedro Mir – hasta nuestra contemporaneidad.
Muchas gracias.
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