Juan Luis Guerra, la lluvia, el mar y las palmeras

Juan Luis tiene una relación extraña con la lluvia. Desde que pidió Ojalá que llueva café en el campo, cada vez que inicia una gira en el país, llueve. El sábado 5 no pudo comenzar la gira, hubo que posponer para el 2 de abril, debido al aguacero que se deleitó en caer sobre Punta Cana.

Este sábado 12, por mucho que lo aseguró Suriel de que no iba a llover ni sábado ni domingo llovió el sábado en la mañana algo, y en la noche, no dejó de caer.

Juan Luis Guerra denominó su gira «Entre mar y palmeras» (faltó lluvia). Música hubo buena. Música decente. Música para bailar y para escuchar. Música para recordarnos que aún nos quedan algunos pocos bolsones de buen gusto en esta ‘incivilización’ a la que nos vamos acostumbrando a regañadientes.

Hay que destacar la calidad no solo de la música, sino del diseño de imágenes que secunda la gira y el diseño de luces. Eso que vimos esta noche, lo verán miles de personas. Y notarán que sobresalen los animados en 3D, y la vocación cinematográfica de las puestas en escena de algunos momentos, como cuando cantó «Ojalá que llueva café» en una balada lentísima, como de elegía; o cuando interpretó «El costo de la vida», una canción que cumple 30 años y tiene más vigencia que nunca.

Ojalá que llueva café en una versión de balada lenta, es parte de la revisitación de Juan Luis Guerra a sus canciones de los 80 y 90 (Foto: Alfonso Quiñones)

Juan Luis supo administrar energías cuando cedió a Kico, Roger y Yanina, el tiempo para que interpretaran «Tú», una canción de aquel disco de 1987 Mientras más lo pienso, tú. Luego Kico cantó junto a Yanina «A pedir mi mano». Roger presentó la orquesta, los percusionistas hicieron su número de malabares, Hasta que regresó Juan Luis.

A lo largo del concierto se interpretaron algunos midley que dieron cabida a temas memorables, sean bachatas o sones, o merengues.

Se celebró el amor, y Juan Luis al final agradeció a quienes habían venido de otros países a escucharle y verle. El público ovacionó todo el tiempo, y bailó, y cantó. Y uno se va del concierto -después del final real con La bilirrubina-, convencido de que tiene que regresar a la realidad de la música urbana y la mediocridad. ¡Santo sea Dios!

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