Día Nacional del Estudiante y desafíos para la educación superior

Cada 18 de febrero celebramos el Día Nacional del Estudiante. Se trata de un oficio cuyo ejercicio está supeditado a largas y agotadoras sesiones, como resultado de lo cual se sacrifican momentos que, en otras condiciones, se dedicarían al ocio, el placer y la diversión.

En el caso de los estudiantes universitarios, podemos decir que alcanzar un título de educación superior constituye una de las empresas más desafiantes que un joven pueda acometer, no solo por la posposición de tantas gratificaciones que la consecución de la meta exige, sino, además, por las limitaciones económicas que en un amplio segmento de nuestra población dificultan el dilatado proceso y obligan a compartir las jornadas con un empleo, frecuentemente muy absorbente y subremunerado.

Si a este cuadro añadimos las precarias oportunidades de trabajo del mercado laboral con que el incipiente profesional se ve obligado a batallar para conseguir colocarse luego de concluida la epopeya de lograr el título, tenemos que llegar a la conclusión de que solo la pasión y el enfoque serán capaces de amortiguar los  reveses en el trayecto y mantener la motivación necesaria para continuar en el camino con alegría y entusiasmo. De lo contrario, la experiencia se torna tortuosa, extenuante y desalentadora.

La pandemia por el covid 19 vino a recrudecer el escenario en que día tras día batallan los jóvenes universitarios en sus aspiraciones profesionales, no solo porque les sorprendió sumergidos en una brecha digital que ha torpedeado la conectividad imprescindible para la docencia virtual, sino porque ha mermado significativamente los niveles de motivación y la rigurosa disciplina necesaria para cautivar su atención, mantenerlos alertas y garantizar el aprendizaje.

En ese orden de ideas, la “nueva normalidad” que estamos heredando de la pandemia, representa para los docentes un compromiso ineludible e impostergable con la calidad de la educación universitaria, por lo cual nuestra formación continua, la iniciativa, la innovación y la creatividad deberán marcar las pautas en el ejercicio de cada día.

El docente universitario deberá abandonar los viejos y obsoletos esquemas que lo colocaban como protagonista infalible del proceso enseñanza-aprendizaje mediante los extensos y tediosos monólogos y, así, empoderar al estudiante, promoviendo la investigación, el análisis, la interacción, el diálogo abierto y el debate horizontal de las ideas.

La educación superior del mundo “post pandemia” debe reforzar el fomento de las competencias que permitan al futuro profesional abordar con éxito las tareas de un mercado dinámico y caracterizado por las turbulencias y las disrupciones. En ese tenor, una de las estrategias en el mundo de la virtualidad ha de tomar en cuenta la estimulación del pensamiento estratégico y el desarrollo de una visión sistémica que permita establecer una relación de interdependencia entre el programa de estudios y la actualidad y el entorno social.

Para lograr este objetivo podría ser útil apelar a las exposiciones contemplando el análisis y la discusión de casos de la agenda nacional e internacional, instruyendo al estudiante para que aporte insumos al debate apoyado en información fidedigna, su pensamiento crítico y la fijación de su posición al respecto mediante la comunicación asertiva que todo buen profesional debe desarrollar como competencia básica. El docente ha de ser tolerante, deberá ser referente, guía e inspiración para todos.

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