A doña Rosa

Que muerte más absurda,

más inverosímil,

más inútil.

Cómo creer en una muerte que nos deja sin palabras,

enmudecidos por el dolor y el llanto,

tristes, como tristes serán todos los días sin su presencia,

Si hace apenas unos minutos estaba viva,

hablando, sonriendo, feliz como hacía mucho,

rodeada de sus seres queridos.

Cómo pudo morirse así,

Ella, que amaba la vida tanto como la vida la amaba a ella,

un ser humano hermoso, cariñoso, amoroso y  noble,

incapaz de hacerle daño a nadie,

un ruiseñor que cantaba orándole a la vida,

que amaba como nadie amaba,

que nunca odió a nadie porque no aprendió a odiar.

Su muerte es un absurdo,

Una broma del destino,

¡No lo puedo creer!

No sé cómo llegar a la casa y ver su silla vacía,

sentarme en la mesa para almorzar y no verla,

no sentir su sombra bajando las escaleras con una sonrisa inolvidable,

no sentir su beso cálido en la mejilla.

no escuchar sus sabias palabras,

no me imagino su casa bacia,

sin su humanidad llenándolo todo,

sin su devoción hacia Dios “todo poderoso”,

sin su abrazo fraterno y sincero.

No me la imagino en un ataúd, con un crucifijo entre sus manos.

me niego a verla tendida, inerte, con el rostro maquillado,

hablando con el silencio eterno que la espera.

Se fue tan de repente, así como así…

Voló como un ave,

Tal vez como un ángel.

Se fue de repente,

Sin que nadie lo sospechara.

Simplemente cayó muerta,

sin despedirse de mí, que tanto la amé.

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