“En Israel viví experiencias que me hicieron llorar como un niño”
Cuando en el año 2017, Donald Trump anunció que Estados Unidos reconocía oficialmente a Jerusalén como la capital de Israel, se creó un conflicto con Palestina. Eso era de esperarse. Para entonces, el dominicano Juan Carlos Guzmán trabajaba en las proximidades de la Franja de Gaza, justo en ese lugar donde se libran y se han librado múltiples batallas entre estos dos países cercanos al Oriente.
Hoy, a propósito de la guerra entre Rusia y Ucrania, él cuenta su historia haciendo hincapié en lo que significa vivir en un lugar en conflicto. “Estando en Israel, viví experiencias que me hicieron llorar como un niño”. Así comienza su relato para LISTÍN DIARIO, el hombre que dejó aquí a su familia para ir tras un mejor porvenir cumpliendo un contrato de trabajo con una empresa italiana.
“Todo se dio cuando trabajando aquí en República Dominicana, con Odrebrecht, me ofrecen esa ‘oportunidad’ para irme a Israel a trabajar en una hidroeléctrica, como encargado de un proyecto. Acepté sabiendo los riesgos”. Sin embargo, nunca imaginó que el peligro estaba por encima de sus suposiciones. Si no lo cree, preste atención a estos datos: en varias ocasiones tuvo que esconderse en un búnker (refugio subterráneo) para escapar de los misiles; por el calor infernal que hace ese territorio se enfermó de la piel; se perdió en el desierto y lo agarraron los convoys, y por si fuera poco, hasta a un juicio debió enfrentar en ese territorio.
Una historia entre conflictos
Sí, eso fue lo que vivió Guzmán y lo cuenta hoy desde su invernadero, en Constanza, a lo que ahora se dedica. “Bueno, no fue fácil. Le puedo decir que yo no estaba preparado para el calor que hace allá. Me dio una alergia muy grande, extrema. Yo gritaba como un niño, pero gracias a Dios, según me fui adaptando me fui sanando”, dice el hombre, quien es esposo de Anabel Inoa y padre de Scarlet María y Jeancarlos Jesús.
Otra vivencia que lo marcó fue cuando junto a otros ocho compañeros, se perdió en el desierto. “Al parecer pusimos mal el GPS y nos llevó a un lugar por donde estaban los convoys ubicados en varios puntos. Nos agarraban y nos llevaban adonde los superiores y teníamos que presentar las credenciales y cuando comprobaban que era cierto que trabajábamos en esa compañía, era que nos dejaban. Eso no se lo deseo ni a mi peor enemigo”. No fue fácil, comenta este dominicano que se fue a Israel en el año 2016 y regresó en 2018.
Pero si fuertes fueron estas experiencias, peligrosas fueron las razones que lo hacían entrar en un búnker para resguardar su vida. “Recuerdo que cuando Trump declaró a Jerusalén capital de Israel, no había ese que se acercara a la Franja de Gaza. Duramos como 15 días sin poder salir, porque esos palestinos estaban bien encendidos y a quien se acercara ahí, ya usted sabe…”. Él lo cuenta sin dejar de enfatizar que estando allí, muchas veces veían los misiles y fragmentos de estos por los aires.
Lo peor
Aunque lo contado pone la piel de gallina, a Guzmán no fue la salud ni los misiles que lo pusieron al borde de un colapso. “Lo peor que viví fue cuando sin saber, me metí en una vía contraria y choqué, nada grave. Me fui, y lo más lejos que yo tenía era que me iban a buscar. Fueron al trabajo, me trataron como a un criminal y me llevaron a juicio. Me dieron libertad condicional, y después gracias a Dios, que finalmente me dejaron libre, pero tuve que pagar una fianza de 5,000 dólares americano”. En ese momento el terror se apoderó de él “lloraba como un niño”.
“Viví momentos que no se los deseo ni a mi peor enemigo”
Juan Carlos Guzmán, un dominicano que duró dos años en los alrededores de la Franja de Gaza, aprendió por allá, no solo de las experiencias que vivió mientras estuvo allí, sino también acerca de algunas de las razones que mantienen en conflicto a Israel y Palestina. Vale la pena escucharlo hablar. Lo hace con un gran manejo y coherencia.
“Realmente, Israel es un país tranquilo y seguro, el problema se da en la Franja de Gaza, sobre todo. Puedo decir que fui testigo de cómo se dan los conflictos en el lugar porque ya le dije, estuve ahí cuando Estados Unidos declaró a Jerusalén, capital de Israel”. Lo dice con seguridad y cita como fecha el año 2017. Él trabajó por esos predios desde 2016 hasta 2018.
Lo deja muy bien parado también cuando trae a colación que estuvo en Malasia cuando en el año 2018, el vuelo MH17 se estrelló en Ucrania, y luego una investigación reveló que fue un misil ruso el que derribó el avión de Malaysia Airlines. «Eso fue caótico».
Pero más allá de dar detalles de conflictos que vivió en carne propia, Guzmán prefiere contar sobre los que lo involucran a él, y uno de ellos es que también lidió con los fuertes “ataques” de su familia de que se fuera de ese país, que volviera a su amada República Dominicana.
“No era que yo no quería venir, era que tenía un compromiso y debía cumplir con él, aunque cuando me dio la alergia, que fue extrema, sí pensé que iba a tener que venir porque de verdad que estaba en riesgo mi salud”.
Saberse enfermo, haber estado cerca de ser condenado, y en ocasiones, a punto de perder la vida lo hacían pensar en su regreso, pero su responsabilidad como una de las cabezas del proyecto hidroeléctrico que construían en Israel lo estimulaba a quedarse y saldar su compromiso.
Buena oportunidad
Conseguir un contrato como el que llevó a Guzmán al “otro lado del mundo” no se da todos los días, y él lo tenía claro. Sabía que podía dar la talla. Un portafolio repleto de experiencias, cuatro semestres de Ingeniería Mecánica en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y varios cursos de soldadura y mecánica le permitieron pasar las pruebas a las que lo sometió Odrebrecht para llevárselo.
“Así que después que acepté irme y trabajar para la firma italiana Edilmac, no había de otra que cumplir. La familia me hacía mucha falta, pero gracias a la tecnología nos comunicábamos vía WhatsApp. Afortunadamente, mi esposa se encargaba de mi hija, pues para entonces solo teníamos a Scarlet María. Jeancarlos fue después de mi regreso”.
No era fácil. Una cultura totalmente distinta a la suya, una comida a la que nunca se acostumbró y una zozobra de vida que no es fácil llevarla en un país tan lejos como ajeno. “Afortunadamente nos mudamos después a una ciudad más tranquila, se daban algunos conflictos, pero no era lo mismo”. Guzmán relata esta parte y es en este momento en el que se pone en los zapatos de quienes, sin ser su tierra, viven en países que están en una constante guerra. Lamenta lo que sucede entre Rusia y Ucrania.
Preguntarle sobre la comida era obligatorio. “Ufffff, eso fue bien difícil también. La comida no era de mi agrado, ellos le llaman chapaki a un plato que hacen con arroz, habichuela y carne, pero nunca lo pude comer”. Gracias a Dios que eran nueve, así que, hacían su comida dominicana.
Dejó amigos
“Con todo y que allá es muy diferente, y que hay sitios donde la vida no vale nada y que hay religiones extremistas, tuvimos el chance de dejar buenos amigos. Gente que nos trató bien, con la que compartimos”. Pero aun así, Guzmán mantiene su convicción: “Allí viví momentos que no se los deseo ni a mi peor enemigo”, insiste.
Turismo
Pero con todas las vivencias peligrosas que experimentó, Guzmán tuvo chance de visitar lugares como Dubái, África, Malasia y otras. No perdió la oportunidad de conocer lugares sagrados, como donde nació Jesús, o donde el Ángel San Gabriel se le apareció a la virgen María, así como el Monte de los Olivos y el Mar muerto. El tema de la religión es otro que aborda muy bien.