Introducción – Al Borde del Caos

En las primeras horas de la madrugada del miércoles 17 de mayo de 1978, tropas mixtas en trajes de faena y portando armas largas, ocuparon abruptamente la sede central de la Junta Central Electoral (JCE), interrumpiendo el escrutinio oficial de las elecciones generales celebradas el día anterior. La acción militar se produjo en momentos en que los boletines oficiales difundidos por una red nacional de radio y televisión, situaban al candidato opositor, el hacendado Antonio Guzmán Fernández, de 67 años, del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), muy arriba de su principal competidor en la justa, el Presidente de la República, Joaquín Balaguer, quien optaba por un cuarto mandato constitucional consecutivo.

Balaguer, próximo a cumplir los 72 años, ejercía la presidencia desde el primero de julio de 1966, tras haber triunfado en los comicios organizados un mes antes, tras el fin de una guerra civil, bajo la supervisión de la Organización de los Estados Americanos (OEA). Había vencido en aquella ya lejana oportunidad al profesor Juan Bosch, quien fuera derrocado en la madrugada del 25 de septiembre de 1963, apenas siete meses después de juramentarse como el primer presidente constitucional de la era posterior a la caída de la tiranía de 31 años del generalísimo Rafael Leonidas Trujillo Molina, muerto a balazos por ex colaboradores en una emboscada la noche del 30 de mayo de 1961.

La interrupción del proceso electoral por los militares arrastró al país a una crisis de credibilidad del sistema político y sembró la amenaza de un golpe de estado, para impedir la victoria de la oposición. Las tensiones políticas dominaron la vida de la república durante todo el largo periodo de transición de tres meses, desde las elecciones hasta la instalación de las nuevas autoridades, con efectos dramáticos en la economía y la marcha institucional del país. Un sólido movimiento internacional de protestas, con ramificaciones en todo el mundo, arrinconó virtualmente al gobierno del presidente Balaguer y le forzó a aceptar el veredicto de las urnas. Las impugnaciones legales de su Partido Reformista, encaminadas a la anulación de las elecciones y a la celebración de comicios complementarios, no surtieron esos efectos, pero sí en cambio dilataron el reconocimiento oficial de la victoria de Guzmán y propiciaron un “fallo histórico” de la Junta Central Electoral que despojó al partido ganador de la mayoría que los electores le habían otorgado en el Senado. En una pastoral de cuaresma, referente a las elecciones, la jerarquía católica había fijado su posición sobre los comicios llamando la atención de los partidos y los electores acerca de la responsabilidad que a cada uno de ellos competía en el éxito de esa campaña política.

“ Un periodo de elecciones es un momento nacional, especialmente intenso, cargado de responsabilidad. La responsabilidad está determinada por las consecuencias económicas, políticas y sociales que de tales elecciones se derivarán para la nación, individual y comunitariamente. Detrás de cada programa y candidato político existe siempre un tipo concreto de sociedad que se propugna y existe también un conjunto de valores ( estima real de realidades concretas) que se procurará hacer prevalecer sobre otros valores de signo distinto o contrario”. Los obispos encabezados por el cardenal Octavio A. Beras Rojas, arzobispo metropolitano de Santo Domingo, entendían que asumir este tiempo de elecciones como responsabilidad y no como oportunidad de lograr ventajas propias, personales o de grupos, es por otro lado, para los católicos “no sólo un deber cívico fundamentado en la naturaleza sino también un deber religioso”. La importancia de estas elecciones obligaba a los ciudadanos a buscar con responsabilidad, a través de su voto en las elecciones, la mayor perfección posible para la nación. Tenían que votar en conciencia sin votar por el mero hecho de hacerlo, teniendo presente el mayor bien de todos “sin intereses mezquinos”.

La Iglesia rechazaba las insinuaciones de quienes pretendían que los obispos “ saliéndonos de nuestra función o misión, marcásemos pautas concretas políticas y las impusiésemos a la feligresía”, pero recordaba a los poderes públicos su obligación de garantizar , “ justa y equitativamente, la igualdad de derechos de los partidos legalizados en la justa electoral ; salvaguardar la normalidad en todo ; promover cuanto favorezca la buena marcha del proceso ; asegurar el orden, la paz , la libertad y el respeto mutuo en todo momento y sobre todo el día de la votación ; respetar serena y dignamente el resultado de las elecciones y agilizar lo más posible el cómputo de los votos y su información veraz”.

La campaña electoral se había desarrollado dentro de un ambiente de relativa normalidad, en medio de crecientes denuncias de indebida y parcial actividad militar en las bregas proselitistas a favor de las aspiraciones reeleccionistas del presidente Balaguer. Prácticamente ciego desde hacía más de un año, Balaguer aspiraba a permanecer por otros cuatro años en el poder. Se había reelegido por un segundo periodo con la ausencia de la oposición en los comicios de 1970. Logró un tercer periodo en 1974 en un proceso violento, caracterizado por fuertes confrontaciones callejeras con el PRD y el resto de la oposición, agrupados en un amplio frente electoral, bautizado como “Acuerdo de Santiago”.

Como ya ocurriera en 1970, los partidos de oposición finalmente optaron por abandonar la carrera por la presidencia denunciando el uso por el gobierno de los recursos del poder en la campaña política y la abierta e ilegal participación de los jefes militares en las actividades del candidato oficial. Aunque estos antecedentes presagiaban una campaña virulenta en 1978, esta vez todo parecía ser diferente. Contra los pronósticos más pesimistas, la campaña electoral culminó formalmente dos días antes de la fecha de las votaciones dentro de un clima de relativa normalidad y sin retiros y abstenciones de último momento.

El día de las votaciones, cientos de miles de dominicanos, de todas las clases sociales, hicieron largas filas desde el amanecer para depositar su voto por el candidato de su preferencia. Inesperadamente, la acción militar de la madrugada del 17 de mayo cambió el curso de los acontecimientos y sumió al país al borde del desorden y la guerra civil ; en la frontera del caos. Esta obra relata cuanto ocurrió en la República Dominicana desde el 16 de mayo hasta el 16 de agosto de 1978.

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