Capítulo 15 – Todo fin tiene un comienzo
“Me he preguntado a menudo cuál podía ser la diferencia entre la caridad de tantos cristianos y la maldad de los demonios”.
LEÓN BLOY
Pocos días después del golpe, mientras crecían las angustias del Triunvirato ante la imposibilidad de obtener un rápido reconocimiento formal de los Estados Unidos, se daban los pasos iniciales de lo que serían los dos intentos más serios de resistencia al gobierno de facto. La proclamación del doctor Casasnovas Garrido como Presidente provisional, alentaba el esfuerzo de sectores que sólo tenían en común su oposición al nuevo status político. Las fallas que el aparato de seguridad del Catorce de Junio mostrara en las horas y los días siguientes al 25 de septiembre, no habían sido suficientes para disuadir a la alta dirigencia de esa organización, ilegalizada por el Triunvirato, de sus planes de alzamiento guerrillero. Oficiales de alta y mediana graduación del Ejército veían en el descontento generado por el golpe, la posibilidad de propiciar un movimiento favorable al retorno del ex Presidente Balaguer, exiliado en Nueva York. Eran propósitos diametralmente opuestos. Actuando cada cual por su lado, conspiraban para echar al Triunvirato.
Tenían la consigna común de forzar la vuelta a un régimen constitucional. Pero abrigaban sus propios y particulares planes en la eventualidad de que sus acciones triunfaran. La idea de poner a Bosch otra vez en la Presidencia no figuraba en sus planes verdaderos. Un Gobierno como el de Bosch era, sin duda, preferible al actual. Pero el Catorce de Junio no iba a alzarse en las montañas, con riesgo de su dirigencia, para retornar a un régimen que de todas maneras había sido sordo a las demandas de reformas radicales. Si se hacía la revolución era para emprender reales y profundas transformaciones. Bosch no era el hombre adecuado para llevarlas a cabo. Los oficiales balagueristas no eran desafectos a Bosch. Pero tampoco iban a movilizarse para reponerlo. Muchos de ellos se movían precisamente ante el temor de que un contra-golpe boschista arrastrara al país a una hecatombe. Sabían que una gran parte de la jefatura militar jamás aceptaría de nuevo a Bosch en la Presidencia. Ese era el dilema. A finales de septiembre, el ex general Santiago Rodríguez Echavarría (Chaguito) se reunió en casa de su hermano Pedro Antonio, en la calle Uruguay, a pocas cuadras del Palacio Nacional, con varios ex oficiales de su más absoluta confianza.
Chaguito era hermano de Pedro Rafael Ramón Rodríguez Echavarría, el general que encabezó el pronunciamiento militar del 19 de noviembre de 1961 contra la familia Trujillo. El oficial había sido deportado con Balaguer en marzo de 1962 por el Consejo de Estado y a Chaguito, que fuera un elemento clave en ese movimiento militar, se le separó de la Fuerza Aérea. Sin embargo, sus vínculos con oficiales activos, especialmente entre pilotos de su generación, eran todavía muy buenos. La reunión en la calle Uruguay sería la primera de una serie de contactos dirigidos a promover un alzamiento contra el Triunvirato. En ella tomo parte un abogado de 32 años muy estrechamente ligado a Balaguer, el doctor Mario Vinicio Castillo (Vincho), quien guardaba estrechos nexos con la familia Rodríguez Echavarría desde la infancia. Estuvieron analizando la nueva situación creada por el golpe durante toda la mañana. Chaguito expuso la opinión de que éste liquidaría a las Fuerzas Armadas. -Un riesgo así, sólo se toma- dijo, si las Fuerzas Armadas tiene la decisión de hacerse ellas mismas con el poder. Este no era el caso. Los militares, una vez depuesto Bosch, entregaron el poder a una junta civil que parecía inepta para afronta las delicadas situaciones derivadas de tal acción. Los triunviros alegaban tener motivaciones elevadas. De los Santos, Tapia Espinal y Tavares Espaillat habían ofrecido muestras en el pasado de su patriotismo. Se opusieron a Trujillo y sufrieron con cárceles y persecuciones el precio de su decisión. Tapia especialmente había desempeñado un papel fundamental en la trama que condujo, a finales de 1961, al desmembramiento definitivo de la Era de Trujillo. Aceptaron formar parte del Gobierno frente a una situación de hecho. Ninguno de ellos tuvo participación directa en el golpe militar del 25 de septiembre.
Con reservas de tipo moral y con serias dudas incluso acerca del éxito de la misión que se les ofrecía, cedieron a las peticiones de integrar el Gobierno en la creencia de que su negativa podía haber sumido el país en una situación peor; en el caos y la anarquía política. Pero podían salir airosos de una situación que ellos no habían creado directamente. La debilidad del Triunvirato residía en su propia esencia. Rodríguez Echavarría le hizo una relación a Vincho Castillo de sus contactos entre el personal de Infantería de la base de San Isidro. Conocía a muchos oficiales que estarían dispuestos a seguirle, aunque no podía confiar demasiado en los pilotos, a pesar de que él había sido uno de ellos. El general retirado ofreció hacer un inmediato tanteo para saber cuál era el sentimiento prevaleciente en la base con respecto al golpe de Estado. Estaba convencido de que muchos oficiales se oponían. Algunos apoyarían el retorno de Bosch.
Otros simplemente se conformarían con el restablecimiento de la Constitución o la vuelta inmediatamente a un régimen legal, con otro Presidente. En los días siguientes se fueron incorporando a las sucesivas reuniones numerosos oficiales retirados, algunos de los cuales contaban con buena influencia entre sus compañeros activos. Uno de ellos, el capitán Julián Sued Zacarías, llegaría a ser un elemento clave en la conspiración. A mediados de octubre, el movimiento había alcanzado una magnitud tal que requería de reuniones casi diarias, en distintos lugares. Las residencias de Pedro Antonio Rodríguez Echavarría y del ex capitán Sued Zacarías vendrían a convertirse en los cuarteles generales de sus actividades clandestinas. A veces acudían oficiales en activo, vestidos de paisanos. La trama iba cobrando forma. Para mediados de octubre, Chaguito sugirió a Vincho Castillo la conveniencia de procurar respaldo en la base de Santiago. Allí, según él, debía comenzar el pronunciamiento. Las posibilidades de lograrlo en la base de San Isidro serian menores, en vista de los fuertes compromisos del CEFA, a cuyo frente estaba el general Wessin, con el golpe. Rodríguez Echavarría contaba con amigos en Santiago, pilotos y oficiales en retiro. Era gente confiable, dispuesta a actuar a la primera indicación. Este primer contacto se realiza en la casa de Segundo Manuel Bermúdez, un compadre de Vincho. Asiste el coronel piloto Danilo Simó Canó, comandante de la base. El oficial no les dio inicialmente muchas esperanzas: -La oficialidad de la base, en el fondo, aprueba lo que se hizo, especialmente los pilotos. Y hay muchos oficiales de infantería leales al CEFA. Simó Canó temía que si se levantaban los pilotos sin el respaldo de la infantería, los primeros no dispusieran después de facilidades para utilizar la pista. En una situación así estarían perdidos de antemano.
Sin embargo, quedaba abierta una posibilidad. Si Balaguer se oponía al golpe, podría conseguirse apoyo de la base de Santiago, la segunda más importante de la Fuerza Aérea, concluyó con promesas de llevar ante el oficial las pruebas materiales del consentimiento de Balaguer a las actividades contra el gobierno de facto. Balaguer envió un mensajero el 17 de octubre. Sin embargo, no pudo establecerse el contacto. Las autoridades de Migración devolvieron a Nicolás Silfa desde el mismo aeropuerto. Silfa había sido dirigente del partido de Bosch en el exilio y formó parte en julio de 1961 de la avanzada de tres dirigentes que regresó al país para establecer al PRD después de la muerte de Trujillo. Ahora Silfa era un colaborador íntimo de Balaguer que ocupaba la secretaría general del Partido Reformista, la organización creada por éste con la intención de regresar algún día al país y, quien sabe, a la Presidencia. En su edición del martes 22 de octubre, el Washington Daily News, informaba del impedimento contra Silfa y decía: “Un nuevo elemento en la rápida tragedia moviente en la República Dominicana se muda tranquilamente entre los oficiales del ejército leales al ex Presidente Joaquín Balaguer para soportar la oposición dirigía al presente régimen”. Todo esto se hacía posible debido a que, según el diario norteamericano, “el aparato del poder dominicano se está dividiendo.
El general Elías Wessin está desafiando una combinación dirigida por el general Belisario Peguero, comandante de la Policía, y el general Imbert”. Este primer intento fallido no desalentó los propósitos de la trama. A manos del grupo llegó pronto una cinta enviada desde Nueva York con una alocución de Balaguer condenando el golpe contra Bosch. Los esfuerzos por difundirla por la radio, como un medio de ponerla en conocimiento del mayor número de oficiales y facilitar así la tarea del coronel Simó Canó, no dieron resultados, ante la censura oficial. Vincho Castillo regresó días después a Santiago con la cinta, que escuchan todos en la biblioteca de la casa de su compadre Bermúdez. El oficial comandante de la base de la ciudad pide que se le deja la cinta magnetofónica para el poder pasársela a sus oficiales. Mientras Castillo cumplía esta misión, Chaguito se reunía en Barahona con pilotos y oficiales amigos adscritos a la base de aquella ciudad sureña, la tercera más importante de la Fuerza Aérea. Algunos aceptan unirse al movimiento si el pronunciamiento llegara a producirse. Todo el resto del mes estuvieron dedicados a labores de planificación.
Y tras la llegada de la cinta con el discurso de Balaguer, todo parecía estar listo para la acción. Atados los cabos, el ex general Rodríguez Echavarría y sus aliados deciden fijar para el 30 de octubre, la fecha del levantamiento. Ese día, viaja el grupo –Chaguito, Vincho y Virgilio Rodríguez Echavarría, hermano del primero, y otros- a Santiago. Pero el plan consiste en mantener a los civiles alejados de la base. Hay que impedir que algunos oficiales indecisos pudieran retractarse si vieran a políticos tomando parte en él. Esta debía ser una operación estrictamente militar. Consistía en un manifiesto en contra del Triunvirato, reforzado con una demostración militar, que trataría, sobre todo, de aislar el CEFA y disminuir su poder de acción. Uno de los argumentos del pronunciamiento consistía en el no reconocimiento del golpe por los Estados Unidos. Horas antes de la hora prevista, en la madrugada, las fuerzas de seguridad arrestan al coronel Simó Canó y a otros oficiales comprometidos con el alzamiento. Los oficiales son trasladados esa misma mañana, esposados, a la base de San Isidro por la vía aérea. En todo el país se producen arrestos de oficiales y alistados. Muchos de estos no están involucrados, pero resultan sospechosos y eso basta. A la residencia del ex capitán Sued Zacarías, en el ensanche Ozama de Santo Domingo, acude una patrulla a detenerle. Decenas de sargentos, leales y amigos de Chaguito, son arrestados. Es la debacle total. El ex general Rodríguez Echavarría y el abogado Castillo deciden buscar refugio fuera de Santiago. La cinta con la alocución de Balaguer sería empleada para sostener los cargos sobre la naturaleza trujillista de la conspiración. Los dos amigos estuvieron escondidos cerca de año y medio. Vincho lo hizo primero en la residencia de Antonio Martínez Francisco, en la esquina de las calles Santiago y Socorro Sánchez, del sector residencial Gazcue. El propietario era un alto dirigente del PRD y amigo de la familia del abogado. Estuvo en ese lugar todo el mes de noviembre y allí le llegó la noticia del nacimiento de su tercer hijo, a quien bautizara con el nombre de Vinicio. A principios de diciembre se traslada a casa de un familiar, vecina al cuartel de los Bomberos, en la céntrica y concurrida avenida Mella, una arteria comercial.
A comienzos de 1964 se refugia en una finca del doctor Gilberto Sanoja, en Boca Chica, donde estaba escondido también Chaguito Rodríguez Echavarría. Ambos permanecerían allí todo el año de 1964 y los dos primeros meses del siguiente. Apenas veían a sus familiares. En febrero de 1965, se reúnen clandestinamente con el licenciado Francisco Augusto Lora, dirigente del Partido Reformista de Balaguer, en una pequeña casa de una finca de Sabana Perdida, en las proximidades de Santo Domingo. Lora había propuesto a Balaguer designar a Castillo en una posición importante del partido, a fin de que pudiera salir a la luz pública. Se descarta la posibilidad de ponerle al frente de la secretaría general por temor a crear mayores problemas con el Triunvirato. Entonces Lora habla con el general Marcos Rivera Cuesta, jefe del Ejército, para interceder a favor de ambos. El oficial trata el asunto a un nivel más alto y se ofrecen garantías para que Vincho y Chaguito puedan salir de su escondite. Lo hacen a finales de marzo de 1965. Un mes más tarde estallaría la guerra civil. Las fallas de los mecanismos internos de seguridad del Catorce de Junio habían quedado de manifiesto la misma mañana del 25 de setiembre. Horas después del golpe, el partido todavía era incapaz de proteger a su líder. Luego de infructuosos esfuerzos por hacer contacto con Máximo Bernard, responsable de su seguridad, Manolo Tavárez regresó a su casa, en la calle Rosa Duarte. Elsa Justo, su prima hermana, de 27 años, sintió un profundo temor al verle allí de nuevo, a sabiendas de que se pondría en marcha una tenaz persecución contra él y otros dirigentes de la agrupación.
Elsa, quien fungía como asistente del líder del partido, estaba todavía prendida del teléfono, tratando de avisar a los demás del peligro que corrían. Manolo lucia ansioso y desconcertado. Elsa sintió que aumentaba la angustia. -Manolo ¿qué haces aquí? ¿Te estás volviendo loco? -He venido a decirte solamente que el contacto con Bernard no se produjo. Avísale al Comité Central que no tengo contacto. A seguidas se retiró. Unos diez minutos después una patrulla hizo el primero de los varios allanamientos realizados a la casa donde él vivía. No hubo arrestos. La dirigencia del partido no tuvo ninguna información del paradero de Manolo durante todo el resto del miércoles 25 y casi todo el día siguiente. En la tarde del día 26, Elsa Justo recibió una llamada de un miembro de la familia Cavagliano. Simulando estar de compras, deciden encontrarse en la tienda La Opera, de la calle El Conde esquina Duarte. Allí, Elsa es informada de que su primo hermano Manolo, después de ingentes esfuerzos por lograr hacer contacto con la alta dirigencia, decide esconderse en la embajada de México. Los Cavagliano tenían la creencia de que no se trataba de un asilo. Simplemente un refugio temporal mientras se aplacaba la tormenta. La estancia del líder del Catorce de Junio en la misión azteca daría nuevamente ocasión para mostrar los defectos del aparato de seguridad del partido. Manolo envió a decir a Elsa que pretendía salir el viernes 27. La policía tenía rodeada ya la embajada y no se pudo organizar una operación. Sacarlo en un vehículo sería muy arriesgado. Por el patio quedaba descartado por la gran cantidad de perros en las residencias vecinas. Un escape por la parte trasera implicaba penetrar a patios ajenos. Los ladridos de los canes alertarían a la policía. Manolo llamaba a su prima a casa de un vecino, Leo Nanita, abogado y compañero de promoción del líder catorcista. Elsa sabía más que nadie cuán desesperado estaba por salir de allí. La desesperación aumentó cuando el embajador mejicano le cortó a Manolo el acceso al teléfono. La escasa comunicación del líder con su partido a través de ese débil hilo quedaba así interrumpida nuevamente. Finalmente, Manolo saltó en la madrugada del tercer día al patio de un inmueble contiguo y caminó unos doscientos pasos hasta una casa de huésped en la esquina de las calles Arístides Fiallo Cabral y Elvira de Mendoza, a una cuadra de la embajada, ubicada en la calle Santiago. Subió hasta la segunda planta y tocó el timbre. Eran las 5:30 de la mañana y la ciudad estaba aún cubierta por un manto de sombras. La sorpresa fue demasiado grande para Mercedes Pérez de Contreras, al ver ante ella a uno de los hombres más buscados del país. Sus ropas lucían arrugadas y una naciente barba cambiaba su aspecto. Pero estaba aseado.
Tras un breve intercambio, doña Mercedes toma el teléfono y llama a su hija Lourdes Contreras, quien estaba estudiando para un examen universitario en casa de su amiga Lourdes Camilo, en la Máximo Gómez. Lourdes acudió de inmediato con su amiga en el pequeño Volkswagen blanco de ésta. Su madre les indicó con una señal de la mano desde el balcón donde podían estacionar. Manolo bajó de inmediato y se tendió en el asiento de atrás. Desde ahí les dio una dirección donde debían dejarlo, para entonces irse, probablemente, a otro lugar. Horas después, Manolo entraba en contacto, en la clandestinidad, con dirigentes de su partido. Lourdes Contreras y su amiga Lourdes Camilo fueron detenidas esa misma mañana, después que la primera entablara contacto con su novio, Narciso Isa Conde, dirigente estudiantil izquierdista, quien planeaba también cambiar de escondite. Un vehículo militar las interceptó y fueron conducidas ante el mismo jefe de la Policía. La casa de huésped donde la señorita Contreras vivía con su madre era propiedad de un familiar del general Antonio Imbert. Alguien de la primera planta el inmueble aparentemente alcanzó a ver llegar hasta allí a Manolo y dio parte a las autoridades. El hecho de que Manolo tuviera que exponerse de esa manera, ponía en evidencia las fallas del aparato de seguridad del Catorce de Junio. Este argumento sería esgrimido durante todo el mes de octubre y la mayor parte de noviembre por aquellos que se oponían a un alzamiento guerrillero inmediato.
Esos dirigentes sostenían que la insurrección no podía ser efectiva con esas deficiencias. Este grupo estaba en minoría. Muchos otros dirigentes importantes de la organización sufrieron las consecuencias de esas fallas de seguridad interna. El secretario general, Leandro Guzmán, quien vivía en la misma casa con Manolo, pasó por experiencias similares. Más adelante sería detenido, obligando a cambios en la estructura de mando de la insurrección guerrillera. Otro caso fue el de Juan B. Mejía, abogado de 31 años, miembro del Comité Central y secretario de Prensa y Propaganda. Mejía era compañero de promoción de Manolo y el novio de su prima Elsa. En las primeras horas de la mañana, Mejía fue despertado por una llamada de Elsa, para pasarle las instrucciones ante la situación de facto. El aviso significaba que él también debía pasar a la clandestinidad sin pérdida de tiempo. Mejía constituía una pieza clave. Aunque no figuraba en los planes de alzamiento de la infraestructura, su papel en la resistencia urbana sería importante en apoyo del primero. La infraestructura era una especie de organismo superior dentro de la maquinaria partidaria, responsable de las tareas militares. Estaba dominada por los grupos de línea dura, partidarios de acciones armadas. La infraestructura había alcanzado tanto poder dentro de la organización que prácticamente lo decidía todo. Mejía abandonó rápidamente su casa, la número 153 de la calle Benito Monción, de Gazcue, y a pesar de la hora, se dirigió hacia un punto previamente convenido de la avenida Máximo Gómez, donde debía recogerle Roberto Duvergé, responsable de la acción urbana, o la gente que él dispusiera.
Mejía estaba supuesto a formar parte de un frente interno que sería dotado de un centro de operación para desatar campañas de agitación y propaganda mientras operara la guerrilla. De ahí la importancia de que el aparato montado por Duvergé acudiera a la cita convenida. Pero nadie lo fue a recoger. Por más de dos horas Mejía estuvo de pie esperando en vano, hasta que las primeras luces del amanecer lo obligaron a abandonar el lugar. Se dirigió entonces a casa de su hermano Wilfredo Mejía, en el ensanche Naco. Lo hizo caminando, cubriendo la larga distancia en más de media hora, exponiéndose a un arresto por parte de las patrullas motorizadas que ya controlaban la ciudad de un extremo a otro. Al igual que otros dirigentes claves, lo mismo que Manolo, Juan B. Mejía estuvo sin contacto con la organización durante los tres días siguientes. El asesinato de Kennedy, el 22 de noviembre y el abortado complot de Santiago, reviven la discusión interna respecto a la conveniencia o no de un alzamiento inmediato. Eran dos posiciones muy disímiles.
El Comité Central, reunido una noche en la pollera de una granja de la familia García Saleta, en las afueras de la ciudad, bajo un fuerte aguacero, había decidido la insurrección. Los moderados, entre los que se contaba Mejía, trataron de convencer a Manolo de la inutilidad de un alzamiento. Debían primero intensificar los trabajos de masas, sin necesidad de precipitar una acción que pudiera resultar irreversible. Los hechos desde el 25 de septiembre, ponían en evidencia muchas fallas de organización. Las armas con que contaban eran viejas en su mayor parte. Muchas no funcionaban bien. La desarticulación de los días posteriores al golpe militar demandaba una profunda reflexión interna, previa a cualquier decisión que sellara la suerte del partido, como podía ser una insurrección. Finalmente, el Catorce de Junio se alzó a las montañas el 28 de noviembre, después de muchos tropiezos y dilaciones que arrojaron en el plano interno, grandes dudas sobre la factibilidad de la acción tomada. La insurrección fue dividida en seis frentes guerrilleros, con Manolo Tavárez como su comandante en jefe. Estos frentes era: el Juan de Dios Ventura Simó, comandado por Hipólito Rodríguez (Polo); el Gregorio Luperón, comandado por Juan Miguel Román; el Mauricio Báez, comandado por Luis Genao Espaillat; el Hermanas Mirabal, comandado por Rafael Cruz Peralta (este había sustituido como jefe a Leandro Guzmán, arrestado por la Policía); el Francisco del Rosario Sánchez, comandado por Ángel Luis Patnella y el Enrique Jiménez Moya, en el macizo montañoso de Manaclas, en la Cordillera Central, comandado por Fidelio Despradel.
Manolo formaba parte, como comandante en jefe, de este frente. Había una sola mujer en el alzamiento, Altagracia Lora Iglesias (Piki), abogada de 23 años, una mujer menuda, sin ninguna preparación militar. A mediados de diciembre, el nuevo presidente norteamericano Lyndon B. Johnson reconoció al gobierno del Triunvirato. La noticia fue un duro golpe para las guerrillas, cuyos frentes estaban siendo asediados por el Ejército. El 19 de diciembre, un miembro del Triunvirato, el ingeniero Manuel Enrique Tavares Espaillat, habló por radio y televisión para pedir la rendición del frente de Manaclas, el único que se mantenía operando todavía. Los demás habían sido aniquilados o sometidos por el ejército. La mayoría de los comandantes guerrilleros se había rendido a las autoridades. El frente principal, donde estaba Manolo, padecía los rigores de las interminables caminatas y la falta de alimentos. La desmoralización se apoderaba de ellos. La exhortación de Tavares Espaillat precipita la decisión. El grupo acepta entregarse, después de un parlamento. El triunviro había sido compañero de cárcel del líder del Catorce de Junio. Sus promesas de que serían respetadas las vidas de los guerrilleros son aceptadas por éstos, que escuchan la transmisión a través de un pequeño radio portátil en las montañas. El alto mando envía un grupo de cuatro, encabezado por Fidelio Despradel, con la misión de hacer contacto.
Uno de ellos muere en una emboscada dentro de una pequeña bodega. Los restantes, Despradel, Marcelo Bermúdez y Germán Arias Núñez (Chanchano) son detenidos días después. Otros cuatro que deciden no entregarse y eludir el cerco, salvarían sus vidas por esta decisión. El resto, con Manolo al frente, desciende acogiéndose a las garantías del Gobierno. El día 21 de diciembre, en horas de la tarde, el grupo es interceptado por una patrulla que le abre fuego. Sólo sobrevive uno, Emilio Cordero Michel. Los cuerpos de los guerrilleros serían enterrados en varias fosas comunes por los militares y dos días después desenterrados y entregados a sus familiares, por gestiones de estos últimos. El desenlace de este alzamiento guerrillero, diezmó los esfuerzos del movimiento Revolucionario Catorce de Junio y agudizó sus pugnas internas. Nunca llegaría a recuperarse de este fracaso y de la muerte de su líder. El lector puede documentarse sobre estos hechos, a través de dos obras importantes: el monumental relato de Tony Raful titulado Movimiento Catorce de Junio, historia y documentos (Editora Alfa y Omega-1983) y el libro-testimonio de Fidelio Despradel, sobreviviente de la insurrección, titulado Manolo Tavárez en su justa dimensión. Las Manaclas, diario de la Guerrilla (Editorial Alfa y Omega-1983). La muerte de Manolo Tavárez conmovió al país. En la universidad se celebró un acto para rendirle tributo “al más grande líder de la juventud dominicana”. Y creó la primera gran crisis interna en el gobierno de facto. Tan pronto como supo de la noticia, el presidente del Triunvirato, Emilio de los Santos, preguntó cómo había ocurrido el hecho. En un intercambio de disparos, se le dijo. ¿Cuántos soldados murieron? Ninguno, fue la respuesta. Indignado, el magistrado presentó renuncia irrevocable como Presidente de la República. Del otro lado del planeta, un avión comercial a reacción de Pan American se desliza suavemente por la pista del aeropuerto de Lod, en Israel. La delegación dominicana de ocho personas encabezada por el canciller Donald Reid Cabral, desciende tranquilamente las escalerillas mientras una banda militar interpreta el himno dominicano. Más allá, en la rampa, se ven dos hileras de soldados en estricta formación.
De las manos firmes de un joven oficial pende una bandera dominicana. El recibimiento inusual toma de sorpresa al Canciller y a sus acompañantes que escuchan firmes el himno y observan emocionados los honores militares. La ministra de Relaciones Exteriores de Israel, Golda Meir, avanza hacia Reid Cabral y le da la bienvenida. -Bienvenido a Eretz Israel, señor Presidente. Reid bromea con su colega judía: -Señora Meir, sólo soy el secretario de Relaciones Exteriores. Reid viajaba acompañado del subsecretario Fabio Herrera, de Manuel de Jesús Viñas Cáceres, un experto agrícola y de Francisco (Pancho) Aguirre, el norteamericano de origen nicaragüense residente en Washington que despertara a Luis Amiama para darle telefónicamente la noticia del golpe, con sus respectivas esposas. Habían salido de Santo Domingo para cumplir una gira de dos semanas en Israel.
El viaje había sido largo y agotador, con escalas en Nueva York y Roma. El día anterior, antes de partir hacia Tel Aviv, Reid Cabral llamó desde Roma al presidente del Triunvirato para ponerse al día y pedir instrucciones. Don Emilio de los Santos le dice que nada nuevo hay y le reitera sus deseos de que la misión tenga éxito. Al llegar al hotel, Reid Cabral le comenta a Herrera: -¡Qué raro que me hayan confundido con un jefe de Estado, en un país como Israel, con el servicio de inteligencia que esta gente tiene! El jetlag (el malestar que comúnmente afecta a los viajeros de vuelos trasatlánticos por la diferencia de horarios entre un hemisferio y otro) se adueña de la delegación que se retira a sus habitaciones. A la mañana siguiente, Reid Cabral es despertado por una llamada del doctor Ramón Cáceres Troncoso, quien le comunica la renuncia del presidente De los Santos y que él, Reid Cabral, ha sido designado en su lugar Presidente del Triunvirato. -¡Regresa de inmediato!- le pide. Reid Cabral, nuevo Presidente de la República, no regresó ese mismo día, como se le reclamaba desde Santo Domingo. Cortó, sin embargo, su visita de dos semanas a sólo veinticuatro horas. Ese tiempo lo aprovechó para hacer dos cosas: visitar los lugares santos de la antigua ciudad de Jerusalén y suscribir, en nombre del Gobierno dominicano, un acuerdo bilateral de ayuda técnica. La parte vieja de Jerusalén estaba bajo el control árabe. El día 24 de diciembre, con una visa conseguida a través de la embajada de España, pudo pasar al otro lado de la ciudad y cumplir sus deseos de conocer los lugares sagrados. En la noche escuchó la Misa del Gallo, en la iglesia de la Anunciación y partió de regreso al día siguiente. En la amplia terraza de una confortable residencia de la calle Lea de Castro, en el sector residencial de Gazcue, unas quince personas se reunieron para celebrar una ocasión especial. Una brisa agradable vaticinaba los aires frescos del invierno tropical. Era el día de la Nochebuena y los caballeros allí reunidos, vestidos con elegancia, tenían prisa por llegar a sus casas a esperar la Navidad. El anfitrión invitó a un brindis, alzando sus vasos rebosantes de un escocés de doce años: ¡Muerto el perro, se acabó la rabia! Lleno de euforia, otro, más viejo, se echó parte de la bebida en la camisa, al exclamar: -¡Manolo, te jodiste.., listo y servido!
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