¿Cuál es tu filtro favorito?

Recuerdo el momento exacto en el que supe que mi cuerpo no era perfecto, tenía seis años, había aprendido a leer de forma muy prematura y para ese entonces consumía libros, revistas y periódicos que iba encontrando por la casa, mi madre a menudo me censuraba algunos contenidos y me explicaba que “no eran lecturas para niños” pero eso aumentaba mi curiosidad.

El artículo que me puso los pies en la tierra ocupaba la portada de una importante revista femenina aun en circulación y rezaba “cómo lucir piernas más largas y parecer una diosa” o algo así ¡han pasado 30 años!

Recuerdo mirar mis piernas y preguntarme si eran largas, los consejos estaban orientados a la forma de vestir para disimular, a esa edad, no controlaba como me vestía, así que me empezó a preocupar secretamente tener piernas cortas y no poder hacer nada para solucionarlo, un par de años más tarde, una serie de televisión me hizo darme cuenta de que si eres mujer lo normal es que estés obsesionada con tu peso, aunque estés en una talla saludable, a medida que fui creciendo los niveles de exigencia que me hacia la publicidad eran más y más grandes.

Hoy en día no es distinto, allí donde mires sea televisión, periódico, vallas publicitarias, redes sociales, radio, el mundo te recuerda constantemente que tienes mucho que mejorar y que sin importar tu edad, ¡ya necesitas Botox!

“Depílate esos incomodos vellos”, “prevén las líneas de expresión”, “pelo sedoso y brillante”, la publicidad centrada en crear necesidades a base de fomentar y explotar inseguridades es una maquinaria implacable, los cánones de belleza inalcanzables, llevan a las mujeres de nuestra generación a optar por modificar su figura a tal grado que en algunos escenarios como la TV local se pueden observar cuerpos en serie, que parecen sacados de un molde.

La maquinaria no ha hecho más que perfeccionarse en la era digital, los filtros en las redes sociales que perfilan la nariz, aumentan los labios, nos dejan la piel de porcelana en segundos, crean una visión distorsionada que da paso a patologías como la llamada “Dismorfia de Snapchat”, término que hace referencia a las personas que se operan buscando igualar la imagen que consiguen con los filtros de las aplicaciones.

Es un trastorno serio donde muchos pacientes llegan a relatar que ya no reconocen su propio rostro, lo que aparte de baja autoestima, provoca comportamiento obsesivo y ansiedad.

Según exponen Paredes Ochoa, K. E. (2021), en su investigación El panóptico de las redes sociales y su influencia en la imagen de los consumidores-consumidos “encontramos una necesidad de velar la falta, de tapar eso que ahora mientras hay más exposición ya no es bello, un ejemplo de esto es cuando una participante expresa “Me tomo una foto y aunque la vea perfecta igual siento la necesidad de cambiar algo, modificar o quitar algo. Es casi una obligación hacerlo como para encajar”, “foto no puede ser peor a la de otras personas, vas teniendo un modelo de lo que vas a seguir, y de ahí tiene que ser mejor, mejor y mejor”;

Algunos países como Noruega están tomando medidas, al prohibir que influencers y marcas usen imágenes retocadas sin advertir de esto a la audiencia, es una forma de luchar contra la imposición de cánones de belleza imposibles y potencialmente dañinos.

Si bien tradicionalmente la publicidad basada en estereotipos de belleza ha estado dirigida a las mujeres, esta es una tendencia que también afecta a los hombres, que se han vuelto destinatarios óptimos de productos de belleza, cirugías electivas y todo el compendio de tratamientos que “buscan perfeccionarnos”.

El doctor Jesús Benito Ruiz, presidente de la Asociación Española de Cirugía Estética Plástica, expone en el artículo La obsesión por los filtros de Instagram amenaza la autoestima de los usuarios (2021) que “Hay retoques que son imposibles de conseguir en la vida real”. Por lo que se persigue una quimera que nos dejará llenos de frustraciones.

Por otro lado, los medios y las redes se sostienen de la publicidad, que se geste una autorregulación en este sentido parece poco probable, aunque sería lo ético, pero también es un asunto de salud pública, sobre el que se debería legislar y asumir protocolos preventivos, en una época donde los trastornos mentales han aumentado considerablemente y la depresión y la ansiedad han pasado a ser  pandémicos por igual.

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