Cuando se deja el poder
“…La soledad del poder viene cuando usted se da cuenta que no manda nada”, juicio concluyente en un artículo del filósofo Andi Mirom, de la universidad de Costa Rica.
A pocas dudas, miles de ciudadanos alguna vez habrán inferido que quizás no haya algo más perturbador al alma de un presidente dominicano que abandonar la casa de Gobierno, el símbolo del poder desde donde su figura relumbra con fuerza descomunal sobre la vida de millones de almas.
El rigor de esta soledad empieza a dar algunas señales tiempo antes de cerrarse el portón del portentoso edificio de 18,000 metros cuadrados, revestido en sus interiores de mármol y caoba centenaria.
Llegado ese momento, habrá cesado el jefe del Ejecutivo su función en el cargo político más alto del país, emprendiendo ahí mismo su regreso a un contorno de menos encantos y bienestar para muchos, desolado en parte por ausencia de sus colaboradores, dirigentes políticos, cantarines de lealtad, engreídos y aduladores.
Íntima y despiadada, ahí empieza, para un expresidente, la dura e implacable soledad del poder.
El efecto de presión acumulada, o estrés del poder, o de la misma soledad del poder, todo junto, marcaron sus huellas en exmandatarios dominicanos.
Aunque las efectos son siempre del dominio familiar, que suele resguardar sus detalles, ha resultado inevitable la filtración de eventos por parte de colaboradores, y hasta parientes, que han expuesto detalles sobre esta debilidad humana.
Pero nadie sabrá jamás, aparte del abrumado, cuán tormentoso podría ser para un presidente dominicano el retorno al punto de partida, al concluir su mandato y desvanecerse su autoridad.
La soledad del poder no solo asoma al quedar sin mando y pocos leales, sino que esta se amplía por las posibilidades de persecución política y judicial, junto al descrédito público, que regularmente llevan a cabo las nuevas autoridades contra el poder saliente.
El domingo 16 de agosto, próximo al mediodía, cuando Danilo Medina delegue el poder en su sucesor, Luis Abinader, las valijas del actual mandatario habrán de estar fuera del Palacio, y desde la sede de la Asamblea Nacional iniciará su retorno al calor de su hogar y su familia.
A partir de ese momento, habrá menos gente a su alrededor, menos visitas, menos reportes, menos reuniones, menos amigos, menos compañeros. La familia lo es todo, pero en el ejercicio del poder se forma otro núcleo, gente que empieza a ausentarse, poco a poco, lo que deja un vacío y alteraciones emocionales.
Joaquín Balaguer
Derrotado por el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) en las elecciones de 1978, el expresidente Joaquín Balaguer se retiró a su casa de la avenida Máximo Gómez número 25, viendo reducir, poco a poco, su avasalladora presencia y apoyo. Solo era visto acompañado de un puñado de fieles, y solía caminar, a las seis de la tarde, de domingo a domingo, por el Parque Mirador Sur.
Después, su casa era el refugio, cada vez más solitario, excepto para Navidad y Año Nuevo y Reyes, cuando reunía allí a miles detrás de sus tradicionales regalos de comida y juguetes.
Don Antonio Guzmán
La madrugada del 4 de julio de 1982, 41 días antes de la entrega de mando a su sucesor en la presidencia, el presidente Antonio Guzmán Fernández se suicidó de un disparo a la cabeza en el baño de su despacho. De esta tragedia, Franklin Domínguez, entonces director de Información y Prensa del gobierno de Guzmán, dijo en una ocasion que el jefe de Estado era “un hombre siempre bien recibido, muy puntual, pero su soledad era evidente”.
Ni siquiera su hija, Sonia, afirma Domínguez, “entraba al despacho con esa asiduidad”. Y agrega: “Tanto es así que un día me mandó a decirle que quería verla”.
En su libro “Memorias de un cortesano de la Era de Trujillo”, el doctor Joaquín Balaguer afirma que Don Antonio Guzmán fue víctima, en los días que precedieron a su suicidio, de “un desequilibrio emocional que adquirió finalmente en él carácter de crisis depresiva”.
También revela en su obra que en una discreta reunión en la Casa Presidencial de Sans Soucí, Guzmán le dijo que “le atormentaba, sobre todo, la posibilidad del triunfo en esa consulta electoral del doctor Salvador Jorge Blanco”.
El fenecido periodista César Medina, que era autor de la columna Fuera de Cámara en Listín Diario, escribió el 27 de julio de 2017 que después de las elecciones de 1982 “Guzmán cayó en un estado depresivo que no pudo superar, y el 4 de julio de ese mismo año, cuando sólo le faltaban 41 días para entregar el poder a su sucesor Jorge Blanco, se dio un tiro en la cabeza en su despacho del Palacio Nacional”. Sus allegados afirman, según escribió Medina, “que lo abrumó la soledad del poder”.
Salvador Jorge Blanco
Al salir de la presidencia en 1986, Salvador Jorge Blanco fue acusado de desfalco y malversación de fondos por el gobierno de Joaquín Balaguer. Por esto fue encarcelado y sufrió, igual que otros mandatarios, los efectos del abandono de sus colaboradores cercanos, líderes políticos, sufriendo también esos efectos de soledad. Sus problemas de salud se agravaron tras el final de su mandato.
Asela Mera de Jorge, la esposa del expresidente Salvador Jorge Blanco, le dijo en entrevista a la periodista Ana Mitila Lora, de Clave Digital, que en el país, cuando una persona va a dejar la presidencia, “los que son amigos por conveniencia, y algunas veces los que son amigos y lo demuestran, se alejan de esas personas”, una experiencia, que para ella, “tenemos aquí en muchos casos”.
Leonel Fernández
El 14 de agosto de 2012, dos días antes del traspaso de mando, el presidente Leonel Fernández aseguró, mientras era reconocido por el Comité Político peledeísta en la Casa Nacional, que no sentía la soledad del poder.
¿De qué se agarraba Leonel? Según él, del “calor, la solidaridad y la amistad que le brindan sus compañeros de partido y el respaldo que le ofrece el pueblo”.
Esto dijo: “Es un acontecimiento histórico nacional e internacional sin precedente, en el sentido de que no es cierto que porque un presidente desciende las escalinatas del palacio de Gobierno está en soledad y aislamiento; al revés, está en el corazón, en los sentimientos de su pueblo y en sus compañeros” peledeístas.
Pero no siempre es así: Antonio Guzmán Fernández y Salvador Jorge Blanco fueron afectados por este fenómeno.
Fernández dijo esto aun sabiendo que, después de haber anunciado al país el 27 de febrero de 1998 ante la Asamblea Nacional que no buscaría una reforma constitucional para viabilizar su reelección más allá del año 2000, muchos dirigentes claves de su partido y altos funcionarios de su gobierno se le alejaron y fijaron intereses detrás de las figuras de Danilo Medina, entonces Secretario de la Presidencia, y el entonces Vicepresidente, Jaime David Fernández Mirabal.
Hipólito Mejía
Sobre el expresidente Hipólito Mejía, el entonces Secretario de Relaciones Exteriores, Hugo Tolentino Dipp, reveló el 26 de julio de 2014 que el día siguiente a su derrota lo encontró “en la soledad del poder” y lo sacó a distraer la mente visitando “uno de los proyectos más valiosos de su Gobierno”, esto es, el laboratorio de reproducción de plantas de la dieta dominicana, que dirigía Faelo Ortiz. Y se ha sabido que en el año 2005, después de su fracaso por reelegirse, fue a la parada Jacaranda, situada en el kilómetro 87 de la autopista Duarte, se paró detrás de la silla en que se iba a sentar, notando que los parroquianos presentes allí jamás advirtieron de su presencia, y no lo saludaron.
A Mejía, que parece haberle impactado nada aquel episodio, ni su pose solitaria, mostró poca decepción, comió en Jacaranda y luego de marchó.
LEONTE BREA
Trágica y dramática
El escritor banilejo Leonte Brea escribió en septiembre de 2009 que la soledad producida por la pérdida de poder es “dramática”, y “trágica, en ocasiones”.
Esta soledad, agrega, “constituye la condensación de muchos miedos. Los de los dirigentes caídos de la cima del poder. Miedos que se ensanchan en la medida en que su indefensión se agiganta por la soberbia triunfante del vencedor, por la irritación de los que se resintieron con su poder y por las cacerías mediáticas espectaculares”.
Y añade: “Esto no para ahí, pues también aparece la deserción de muchos de sus seguidores que, a consecuencia de su desgracia, terminan por sentirse solos, desprotegidos y despreciados por algunos sectores de la población.
Ese clima emocional tan amenazante, deprimente, acompañante habitual de los derrotados, es determinante para transformar radicalmente la percepción social que podría tenerse de ellos, es decir, de redentores populares o representantes legítimos de la autoridad a culpables de todos los males sociales.
Miedos arcaicos
“Esa atmósfera de exaltación emocional, vivida catastróficamente por sus colaboradores y simpatizantes, es la que propicia en éstos el retorno de sus miedos arcaicos y el presentimiento constante de peligros difusos. La conjugación de estas emociones tan traumáticas por la pérdida de la seguridad que les proporcionaba el líder o los dirigentes desplazados, los lleva, primero, a dudar de la fortaleza de sus antiguos dirigentes, luego, a su negación, posteriormente, a su culpabilización y finalmente a la búsqueda de un sustituto, es decir, de un nuevo padre protector”. anotó Brea.
Lo dijo Voltaire
“La pasión de mandar, es la más terrible de todas las enfermedades del espíritu humano”, escribio el filósofo francés, François-Marie Arouet (Voltaire).