Cultura de debate
Es innegable que existe poca cultura de debate en nuestro país, y no es cuestión únicamente de la clase política, sino que nuestro sistema educativo da poca importancia a los debates, a diferencia del anglosajón en el que se imparte como materia, se forman clubes y se entrena a los jóvenes estudiantes para participar en debates, unos en defensa de una posición y otros de la opuesta; y aquí lo que directa o indirectamente se inculca a nuestros estudiantes es que mostrar diferencias respecto de temas con superiores es desaconsejado.
Inclusive ya fuera de las aulas, el mensaje que generalmente se transmite es que es mal visto expresar ideas distintas a las de quien ejerce la autoridad en un determinado espacio, y constituyen una especie de reglas no escritas, contra las que algunos nos rebelamos, las que expresan que con la autoridad no se discute, y que a los presidentes no se les dice que no, pues se confunde disentir con irrespetar.
Por eso es un hecho tan importante que finalmente se produzca en nuestro país un debate entre candidatos a la presidencia en el que participa un presidente en funciones, porque como parte de esa escasa cultura de debate que tenemos, y de la poca tolerancia al contraste de ideas que generalmente tienen nuestras autoridades, los presidentes antecesores bajo múltiples pretextos se habían negado, sin importar las condiciones que tuvieran para salir airosos de tal prueba, negativa que naturalmente se reforzaba cuando no las tuvieran.
Para lograr la participación de los debatientes en los contados ejercicios que hemos tenido y vencer sus recelos, se ha impuesto mucha rigidez en el formato, lo que ha hecho sentir hasta el momento que no hay reales debates como se ven en otros países, sino mas bien exposiciones individuales con algunas pinceladas de ataques o contraataques. Pero probablemente luego del primer debate presidencial organizado por la Asociación Nacional de Jóvenes Empresarios (ANJE) habremos traspasado un umbral importante, el de poner en el imaginario dominicano que los presidentes sí deben someterse en igualdad de condiciones a discutir sus ideas o propuestas con contendores, en un marco de respeto, pero de diferencias, pues de eso precisamente se trata debatir, de discutir un tema con opiniones diferentes.
Muchos entendían que esto solo sería posible si una ley hacía obligatoria la participación en un debate a los candidatos a la presidencia, y aunque algunos países así lo han establecido como México y Argentina, la generalidad no lo hace, y se celebran por tradición. En nuestro país aunque ha habido distintos intentos, cursa actualmente en el Congreso un proyecto de ley al respecto, lo cierto es que sucedió lo que se necesitaba, esto es que hubiera la voluntad de participar y la convicción de que hacerlo era relevante, pues actualmente lo único que tenemos es una mención en el párrafo del artículo 182 de la Ley 20-23 de Régimen Electoral de que la Junta Central Electoral “promoverá la realización de debates sobre los programas y plataformas que presenten los partidos…”; y debemos estar conscientes de que el día que un presidente no tenga este compromiso, no participará aunque exista una ley que lo disponga, ya fuere porque la modificará para que se declare inconstitucional tal mandato, o que decida groseramente incumplirlo.
El debate más que una obligación es una convicción de que es beneficioso contrastar ideas con los contrincantes, y aunque generalmente después se discutirá quién resultó ganador, y hasta se celebrarán encuestas para determinarlo, no necesariamente hay una correlación entre el resultado o su percepción y las votaciones, sobre todo si media una diferencia razonable de tiempo entre el proceso electoral y estos. Ahora bien, es un hecho que con la celebración de un debate con la participación del presidente candidato como ANJE ha conseguido, ganamos todos, pues gana la democracia al permitir un mayor conocimiento de los electores de las posiciones de sus principales candidatos, pero también porque se sienta un precedente que esperamos se repita y se haga tradición, que será más sólida que cualquier ley.
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