El coronavirus en América Latina
Lo que da rabia es tanto esfuerzo perdido. Ocupamos un continente y medio, desde el desierto que abraza a Ciudad Juárez en la frontera con Estados Unidos hasta la neblinosa Ushuaia, que de todo el mundo es el poblado más próximo a la Antártida. Somos un universo multicolor de más de 600 millones de seres humanos, hechos al esfuerzo, con hambre de progreso, dotados la mayoría de una incomprensible disposición al buen ánimo. Sobrevivimos a unas economías que trepan lentamente y vuelven a caer en el pozo de la inequidad y la inflación. Llevamos un siglo y otro poco de lucha por la igualdad y la democracia —dictaduras vienen, dictaduras van, pero nunca se ha dejado de empujar el cambio. Se cuentan por millones las familias que suman jornadas de trabajo y hacen cuentas, y sacan del ahorro de hormiguita para el enganche de un apartamento o la matrícula de la primera integrante de la familia que ha de llegar hasta la universidad. Y todos esos años y luchas las desaparece en cuestión de semanas, como quien borra un pizarrón, la fuerza ciega de un virus. Porque, muy aparte de la pérdida de vidas humanas que nos espera en los meses por venir, está el colapso de industrias, comercios y economías familiares de una región que ya se encontraba en un difícil declive económico, de no-tan-bien a bastante peor, cuando llegó la plaga.