El costo de no diferenciar lo que se necesita de lo que se desea
Hace unas semanas una persona me pidió refrescar un tema del que me ha tocado escribir y hablar en varias ocasiones, debido a que es una situación que se da con más frecuencia de lo que uno se imagina e, incluso, hasta sin uno darse cuenta, perdiendo de vista que esa práctica puede resultar muy costosa. Me refiero al hecho de perder de vista la diferencia entre lo que uno en ocasiones necesita y lo que desea, cuando se trata de un mismo producto o anhelo en distintas circunstancias.
Ahora lo voy a presentar en forma de algunos ejemplos. El primer caso es de Juan, un joven estudiante que acaba de conseguir su primer empleo. Su padre, que trabaja duro en el interior del país para costear sus estudios en la capital, le envía siempre una mesada para su sustento aquí.
Para su primer empleo, que cosiste en ser camarero de un bar-restaurante, le informaron que debe ir siempre vestido de camisa blanca y pantalón negro. Él tiene varias camisas blancas; sin embargo, no tiene un pantalón negro. De inmediato surge la “necesidad” de un pantalón negro.
Juan tiene un saldo de 1,000 pesos en su tarjeta de débito. No cuenta con tarjeta de crédito y, además, tiene disponibles en efectivo 1,500 pesos. Cuando fue a la tienda se encontró con varias ofertas de pantalones en color negro. Uno de una marca regular que cuesta 2,500 pesos y otro, menos atractivo, poro igual negro e ideal para lo que él requiere, que cuesta 1,600 pesos. Ahí Juan entró, sin pensarlo, en una disyuntiva, sobre si optar por lo que quiere o por lo que necesita.
Si decidió comprar el pantalón que quiere o que desea, entonces tuvo que invertir todo su dinero disponible en adquirirlo y se quedó sin un centavo para el pasaje de la semana y su alimentación, mientras llega el momento de cobrar su primera quincena. En ese caso, debía tomar al menos 900 pesos prestados y llegará a su primer cobro con una deuda a cuestas.
En cambio, si decidió optar lo que necesita y dejar de lado su deseo, entonces compró el pantalón de 1,600 pesos y quedó con un saldo positivo de 900 pesos para cubrir la semana, lo cual le evitó caer en deuda y, de todas formas, satisfizo su necesidad de una prenda de vestir con las especificaciones que le reclama su nuevo y primer empleo.
Otro ejemplo es el de mi amiga Ana, una madre de familia que tiene un empleo competitivo y cuenta con tarjeta de crédito de buen alcance, así como con otras comodidades. En el pasado “viernes negro” ella fue a la tienda a ver si encontraba algún especial de electrodoméstico que estuviera necesitando. Pero en realidad ella no necesita nada de eso, por el momento.
Al llegar a una de las tiendas se encontró con un especial interesante. Televisores plasma de 55 pulgadas con un descuento de 35%, al cual también se aplicaba un 20% adicional si los compraba con la tarjeta de crédito del banco en que ella tiene la suya. Una ganga.
Pero resulta que María tiene en su habitación y en las de sus dos hijos, televisores plasma de 50 pulgadas, un poco más viejos, pero que igual se ven y funcionan perfectamente. Aun así, ante la tentación de la oferta, ella decidió comprar los tres televisores nuevos, con un descuento tan atractivo como ese 50% acumulado.
Se puede decir que hizo bien en aprovechar la oferta, pero resulta que dio un “tarjetazo” por valor de 65,000 pesos para adquirir los tres aparatos. Entonces, ahora tiene esa deuda por haber comprado tres artículos que quería, o tal vez ni siquiera eso, y que a la vez no necesitaba.
Al llegar los tres televisores nuevos a su casa tuvo que pagar para que le desmontaran los tres que poseía y que, dicho sea de paso, ahora no encuentra que hacer con ellos, pues le ocupan espacio y tendría que ofrecerlos en venta o regalarlos.
El anterior es un ejemplo de que las compras por impulso, aun siendo a un atractivo precio rebajado, no deben realizarse, si para pagar esa rebaja te vas a endeudar con tu tarjeta de crédito y, peor aún, si es para comprar un artículo que deseas, pero no necesitas.
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