¿Es el estrés siempre malo para la salud?
Actualmente se recurre con mucha frecuencia al estrés para explicar muchos problemas psicológicos y médicos que una persona padece. El estrés funciona como un cajón de sastre bien visto socialmente. A diferencia del estigma generado por los trastornos mentales, no afecta a la reputación de la persona afectada ni le obliga a considerarse enferma o a reconocer algún tipo de fracaso. Quien está estresado puede ser visto como alguien activo, luchador, que soporta con energía las fatigas de la vida moderna. Así, el estrés tiene buena prensa porque se vincula al trabajo, pero la ansiedad o la depresión, que son la otra cara de la misma moneda, no tanta porque se asocian a alguien que es incapaz de manejarse con los problemas del día a día.
¿Pero qué es en realidad el estrés? Este fenómeno surge cuando una persona se siente sobrepasada en sus recursos psicológicos para hacer frente a las demandas que se ve obligada a afrontar en la vida cotidiana y que las percibe como amenazantes para su bienestar personal. Las fuentes de estrés pueden ser variadas: excesivas responsabilidades profesionales o académicas, experiencias personales dolorosas, profunda insatisfacción con la vida o dificultades de compatibilidad de roles en la mujer trabajadora. Hay fuentes de estrés que pueden surgir en función de los avances tecnológicos de la sociedad. Así, por ejemplo, el tecnoestrés, que en los casos más graves se convierte en una tecnofobia, es un estado psicológico negativo relacionado con la incapacidad para usar la tecnología necesaria, sobre todo informática, para resolver los problemas de la vida cotidiana, que afecta especialmente a personas mayores y que se relaciona con sentimientos de ansiedad, hartazgo y creencias de inutilidad personal.
La percepción de desbordamiento es extraordinariamente paralizante. El estrés puede generar reacciones psicofisiológicas y emocionales de ansiedad, pero también de depresión y de irritabilidad, así como problemas de salud, como alteraciones del sueño, ingesta de alcohol y de tabaco, problemas cardiovasculares (tomarse las cosas muy a pecho), fatiga, alimentación inadecuada o empeoramiento de una enfermedad crónica. Asimismo, el estrés prolongado, al tener un efecto inmunodepresor por la acción del cortisol, debilita al sistema inmunitario y hace al organismo más vulnerable a las infecciones.
Lo que genera estrés es especialmente, más que un acontecimiento concreto, la tensión crónica a la que se puede ver sometida una persona y que le lleva a configurar un estilo de vida caracterizado por la urgencia de tiempo, la responsabilidad excesiva, la falta de apoyo familiar o laboral o las expectativas excesivas sobre la persona de uno mismo y de quienes la rodean. En esta tensión crónica puede influir también el denominado estrés de privación, es decir, la subestimación de los procesos mentales o emocionales de una persona, debida, por ejemplo, al desempeño de tareas rutinarias o a la inacción en la jubilación. Un estado crónico de privación emocional provoca aburrimiento, soledad y, en último término, una pérdida de autoestima.
Sin embargo, no siempre el estrés es negativo para la salud. Un cierto grado de tensión es esencial para el funcionamiento diario y actúa como un carburante vital. Solo existe una forma de no tenerlo: estar muerto. Sin el impulso que proporciona el estrés, los seres humanos no son capaces de conseguir sus objetivos. La relación entre el estrés y el rendimiento se distribuye con arreglo a una curva en forma de U invertida. El estrés positivo (re) permite a la persona potenciar la motivación, aumentar la energía, reducir la fatiga y optimizar sus recursos psicológicos de concentración para hacer frente con éxito a una determinada situación (deportiva, académica, laboral o social). En estos casos el estrés no se percibe como una sobrecarga, sino como un reto. Pero si la carga de estrés continúa aumentando, el rendimiento puede comenzar a disminuir y la salud a resentirse.
Las personas poseen distintos umbrales de resistencia al estrés, por lo que las características de la curva difieren de una persona a otra. El riesgo es más alto en las personas que son competitivas, perfeccionistas e inseguras y que cuentan con habilidades de afrontamiento escasas y con un apoyo familiar y social insuficiente. Pero incluso por muy resistentes que sean algunas personas, todas tienen un punto que, si se traspasa, invalida al estrés como un recurso adaptativo para convertirse en un inconveniente para la salud y el rendimiento. Así, el distrés (estrés negativo) surge cuando hay un desequilibrio entre las demandas del entorno y los recursos psicológicos disponibles, sobre todo si es muy grande, se prolonga en el tiempo o afecta al estatus social de la persona afectada. En estos casos los seres humanos pueden no saber cómo comportarse en situaciones de incertidumbre y ver mermadas sus condiciones de salud física o mental.
Cuando se trata de un estrés insano, el objetivo es intentar salir del aparente callejón sin salida, bien eliminando o reduciendo la fuente de malestar emocional o bien, si ello no es posible, atenuando la sobreestimulación generada por la situación estresante. En el primer caso, la persona puede intentar alejarse de la fuente de estrés, por ejemplo por medio de la búsqueda de otro trabajo o del alejamiento de personas o situaciones tóxicas. Y en el segundo caso, cuando esto no es posible, se trata de reevaluar adecuadamente la situación y de adquirir, a modo de amortiguador, estrategias de afrontamiento útiles para controlar las respuestas emocionales asociadas a la situación de estrés.
Así, el aprendizaje de técnicas de relajación y meditación (como el yoga o el mindfulness) y de gestión de emociones, la ocupación en actividades gratificantes y distractoras en los momentos de ocio, el contacto con la naturaleza, la participación en movimientos solidarios y la búsqueda de apoyo familiar y social, entre otras actividades, pueden contrarrestar el malestar generado por una situación externa de malestar que no se puede eludir. En definitiva, se trata o de eliminar las fuentes de estrés innecesarias o de elevar el umbral de resistencia al estrés. Afortunadamente, el ser humano tiene una gran capacidad de adaptación a las situaciones difíciles y, por ello, todo el mundo tiene un cierto margen de maniobra sobre las circunstancias vitales en las que está implicado.
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