La improvisación es una epidemia peor que coronavirus
Ante la situación imperante en el país, muchos analistas y expertos utilizan en sus argumentaciones el término “improvisación” para definir las ineficientes y tardías medidas que el gobierno ha tomado ante la pandemia del COVID-19, que se ha constituido en la peor crisis en términos de la sanidad pública, económica y estabilidad social en nuestro país y en todo el planeta.
Es preciso aclarar, que el ánimo que debería prevalecer en los buenos ciudadanos ante esta calamidad que nos abate sería la de no criticar al gobierno, sino más bien, la de colaborar en sus iniciativas, como muchos lo han hecho, incluyendo los líderes de la oposición política.
Sin embargo, viendo todo en perspectiva, las medidas gubernamentales dejan mucho que desear tras conocerse el primer infecta infectado extranjero -Claudio Pascualini-, o peor, a sabiendas de que existía desde inicios de año una pandemia de carácter global, por lo que muchos expertos en la materia siguen sin entender este desfase y nos preguntamos: ¿No es el presidente de la República la persona mejor informada del país? ¿No es este gobierno y su cabeza principal que más y mejores relaciones de Estado tiene con la República Popular China? ¿A caso no sabían que desde finales de diciembre existía ese virus en Wuhan, China, de su propagación por Corea del Sur, Japón y Singapur, y que luego se convirtió en una catástrofe sanitaria en Italia, España y el resto de Europa?
Ante tales acontecimientos, ¿por qué tanta “imprevisión” a pesar de todas estas “alertas” tempranas? Todavía al día de hoy, mediados del mes de abril, el gobierno no ha comprado la cantidad de pruebas necesarias para enfrentar la crisis. ¿Cuál es la razón subyacente en todo esto? ¿Qué se busca? Por ello, las sospechas de las reales razones nos obligan a agregar el adjetivo “premeditado” al término de “improvisación”, para que se lea de la siguiente manera: “improvisación premeditada”.
En este contexto, y luego de analizado el reciente discurso del presidente el pasado 18 de abril, más razones encontramos para concluir, que tenemos grandes probabilidades de que no habrá elecciones el próximo mes de julio, que se está distanciando de su candidato oficialista, Gonzalo Castillo, pues elogia a la persona que le permite dar “pan” a través de la eficiente estructura del Programa Solidaridad, mientras él continúa dando “circo” con sus maniobras sigilosas desde las sombras. ¡Ojalá equivocarme!
Que nadie se llame a engaños, ya que un mandatario que desde el inicio de su gobierno impactó con sus famosas “visitas sorpresas”, hoy nos asombra con sus “ausencias sorpresas”. Pero lejos de muchos creer que se encuentra ausente o ajeno a lo que pasa, las evidencias indican todo lo contrario. Creo que en realidad está más concentrado en manejar los hilos del poder, pero con la diferencia, de que no es tan solo para gestionar la crisis del COVID-19 que nos abate, si no, con el fin último de prolongar su mandato más allá del 16 de agosto, para ganar más tiempo en el complimiento de sus planes.
Basta con leer un segmento de su alocución, cito: “…dentro de un año, podamos mirar atrás y decir que logramos salir con bien de este difícil momento. Cuando eso ocurra, yo ya no seré su presidente.”
Si buscáramos un pensamiento que defina mejor el referido discurso sería: “Basta una mentira, para poner en duda todas las verdades.”
Desde el desprecio a las solicitudes de una cumbre del liderazgo político para aunar voluntades, la incorporación del Colegio Médico Dominicano (CMD) como eje transmisor de profesionales de vasta experiencia, hasta la falta de transparencia en las cifras oficiales y las compras y contrataciones del Estado, en pocos meses el gobierno dominicano ha dilapidado el poco capital político que le quedaba, aumentando el grado de desconfianza en la población, que hoy se sitúa en un 70% según las recientes encuestas.
En efecto, esa falta de diafanidad en las políticas internas gubernamentales será la causa fundamental que los pondrá en jaque, pues los resultados de su ausencia de planificación para revertir la crisis están a la vista de todos, generando estrés social, ansiedad, desesperanza y exasperación en la población. Las evidentes contradicciones de informes y acciones entre los principales ministros y las mismas cifras ofrecidas por el presidente son el síntoma más claro de que las cosas andan mal, y que de no cambiar el rumbo vamos camino a la anarquía.
Por la falta de credibilidad y confianza en su accionar, la gran mayoría de los ciudadanos no respetan las medidas restrictivas de las autoridades. Solo basta con ver las masivas aglomeraciones de personas sin ningún tipo de protección en mercados y plazas; la violación flagrantemente del toque de queda con sus decenas de miles de detenidos, que luego son liberados sin saber que muchos son vectores de contagio producto de ello; incluso, tampoco nadie ha hecho caso de la recomendación presidencial sobre el uso obligatorio de mascarillas.
Obstinadamente, el gobierno ha hecho caso omiso a las recomendaciones del uso masivo de las pruebas como método de contención, pues son las únicas herramientas confiables para poder detectar quiénes están o no infectados, aislarlos y darles el adecuado monitoreo, lo que a la vez permitirá detectar los focos de infección comunitarios para la elaboración de planes que permitan la priorización de las intervenciones estatales.
Como dominicano, me da vergüenza y repugnancia observar que en momentos en que se imponen los sentimientos de solidaridad, seriedad, honradez, acciones firmes y concretas, compromiso nacional, fiscalización y rendición de cuentas, amor al prójimo, y la necesaria unión nacional, los tomadores de decisiones están concentrados en ellos mismos, dejando que la amenaza del COVID-19 se siga desarrollando a su suerte, sin prever que cuando esta pandemia llegue a los estratos sociales más vulnerables y desposeídos es probable que se genere una crisis de proporciones imprevisibles, a pesar de que al parecer ellos entienden tener la capacidad y posibilidad de manejar una “crisis controlada con improvisaciones premeditadas”.
Entonces, bajo el contexto de que, en un país en crisis, el Estado es el actor principal, ¿de quién será la responsabilidad de los potenciales miles de muertos e infectados, de los negocios saqueados, etc., producto de estas improvisaciones asistidas? A nosotros nos enseñaron que la responsabilidad no se delega, sino que se asume por entero.
En conclusión, mientras un grupo dentro del mismo sector se le induce a dar “pan y circo”, los titiriteros maestros mueven desde la oscuridad sus hilos intentado atropellar nuevamente la Constitución, creyendo ilusoriamente, que sus maquinaciones pasarán desapercibidas en medio de esta crisis humanitaria y de salud. Afortunadamente, creo firmemente que la voluntad del pueblo es la que se impondrá, pues todo indica que la decisión de acudir masivamente a votar en las elecciones del 5 de julio es indetenible, para salir el 16 de agosto a las 10:00 AM de la peor pandemia política que ha azotado el país en toda su historia republicana.