La subjetividad del debate presidencial a la hora de elegir

Los debates presidenciales son escenarios de suma importancia, ya que la ciudadanía tiene la oportunidad de escuchar las propuestas de los candidatos a cargos electivos. Se trata de un ejercicio democrático que no tiene tasa de rechaza, pues todo lo que fortalezca la exposición de ideas es positivo para el desarrollo democrático de las naciones.

Sin embargo, hay elementos a considerar sobre este tipo de actividad, que es costumbre en muchos países y ahora está por instituirse en República Dominicana, luego de producirse el primero entre candidatos presidenciales. Esta vez, el presidente candidato, Luis Abinader; el candidato expresidente, Leonel Fernández, y el alcalde saliente de Santiago, Abel Martínez.

En sentido general, los debates siempre serán bienvenidos. De eso no hay dudas. Pero la importancia mayor pudiera radicar entre candidatos a cargos de gobierno, ya sean gobiernos municipales como ejecutivos, en el caso de la Presidencia de la República. Los debates entre aspirantes a legisladores o a concejales (regidores) no parecen tan atractivos.

En cuanto a la oportunidad de escuchar propuestas de los candidatos, los debates no son necesariamente el mejor escenario, pues eso lo pueden hacer con mayor amplitud en escenarios y espacios separados, algo que se torna frecuente en todo proceso de campaña electoral.

Para los fines de lugar, los debates presidenciales tienden a ser más un espectáculo atractivo para el público, que al final se detiene a evaluar quién ganó o perdió ese intercambio de ideas, y no sobre la profundidad de las ideas en sí mismo.

Esa es la razón por la que el debate presidencial tiene más subjetividad que objetividad. ¿Para qué un ciudadano se detiene a ver un debate presidencial? ¿Le interesa conocer las propuestas de los candidatos o ver cuál se expresa mejor? ¿Desea saber las posiciones de los candidatos sobre determinados temas o ver cual tiene mejor desenvolvimiento en oratoria y dominio escénico?

Tomando en cuenta esas interrogantes, es posible que un debate sea ganado por una persona con buen dominio del escenario, con fluidez adecuada y elevada capacidad en la expresión de las palabras e ideas, no necesariamente por alguien que tenga la capacidad gerencial y las mejores intenciones de gobernar.

También puede haber, obviamente, una combinación de ambas: un candidato con bien dominio escénico y que a la vez sea en mejor calificado para el cargo, por su preparación profesional, general y moral. Todo eso puede combinarse en un candidato o candidata.

El tema es que un debate puede variar la intención del elector de elegir a alguien que, tal vez, era la persona ideal para dirigir los destinos del país, pero que no se desenvuelve bien al hablar frente a un micrófono. Entonces, ¿es mejor votar por un candidato atractivo y bien fluido por la impresión que dejó en el pódium durante el debate? Posiblemente ese voto resulte equivocado.

En todo caso, a los dominicanos y seguro a ciudadanos de otros países, les atraen los líderes políticos que “hablan bonito”, que se tornan “cautivadores” cuando están frente a un micrófono y una cámara de televisión, aun cuando se asuma el riesgo de que ese, que es ideal e invencible en un debate, por serlo se gane la simpatía del elector, y luego resulte ser un pésimo presidente.

Al final, para ser un buen presidente no es requisito hablar bonito, ni siquiera verse bonito. Lo ideal es que sea un buen gerente, que tenga capacidad profesional, que sea honesto y transparente y con las mejores intenciones de defensa del interés nacional y de la gente.

En la propia República Dominicana hay algunos ejemplos que, de manera subjetiva, nos pueden servir. Es el caso de Leonel Fernández, que en sus tiempos de juventud se destacaba por su atractivo dominio escénico y discursivo en cualquier escenario. En cambio, Danilo Medina o Hipólito Mejía eran líderes políticos con pocas luces en cuanto a sus formas de expresarse.

Joaquín Balaguer era un excelente orador, tanto que lo reconocían hasta sus adversarios. Pero la pregunta es: ¿cuáles de esos dirigentes políticos, que fueron presidentes, dirigieron mejor el país? ¿Lo hicieron mejor o peor en la medida de su capacidad oratoria? Puede que sí y puede que no.

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