Las guerras y su impacto en la salud mental

Más allá de los daños a la economía, a la infraestructura y al medio ambiente, el balance más nefasto que pueden arrojar los conflictos armados son las heridas, las enfermedades transmisibles y las bajas.

Sin embargo, cuando volteamos la mirada al deterioro de la salud mental que las guerras ocasionan, entonces los motivos para preocuparnos se multiplican de manera exponencial, ya que se trata de daños que estremecen uno de los pilares del bienestar y del desarrollo humano sobre los que se apoya la democracia y la convivencia pacífica. Sin salud mental no puede haber paz.

Las guerras constituyen la expresión de violencia más variopinta, álgida y cruel que el mundo puede experimentar. Se convierten en verdaderos acontecimientos traumáticos, ya que socavan el funcionamiento normal de una sociedad o una comunidad, sobrepasando los recursos y la capacidad de respuesta y recuperación de sus habitantes.

Los atropellos y las violaciones a los derechos humanos se traducen en la desintegración de miles de familias debido a los desplazamientos y los refugios de aquellos que huyen desesperados de las garras del enemigo, las cuales se pueden sentir en cada disparo, cada bomba y cada misil, en sus explosiones estridentes y ensordecedoras.

La violencia sexual contra las mujeres, niñas y adolescentes, cual arma o recurso bélico, se presenta como un desafío de grandes proporciones, dadas sus secuelas referidas a una frágil autoestima, vulnerabilidad, indefensión y culpabilidad, amén de las lesiones vaginales, los embarazos no deseados y los abortos, entre otros daños que comprometen de igual manera la salud sexual y reproductiva de las víctimas.

En los niños, sin contar los severos daños en el orden cognitivo que la exposición y su participación en estas conflagraciones puedan generarles, son muy comunes los comportamientos agresivos, las conductas disruptivas, la merma en la confianza en los adultos y los sentimientos de soledad.

¿Y qué decir de los combatientes? En ellos, como en la población civil que logra escapar de la muerte, el trastorno por estrés post traumático representa la entidad nosológica más frecuente. Este se caracteriza por ansiedad, depresión clínica, angustia, ataques de pánico, labilidad emocional y palpitaciones.

La hipervigilancia, los trastornos del sueño, los recuerdos recurrentes e intrusivos, la evitación de estímulos asociados a la experiencia, las alucinaciones, el abuso de sustancias y las ideas suicidas, también suelen ser parte de los síntomas. En algunos casos, los cuadros psicóticos conversivos complementan el síndrome. Podemos añadir los estresores ajenos al combate, tales como la noticia de la muerte de un familiar o del embarazo (este último, en el caso de los hombres, referido a sus esposas).

Los síntomas y signos del trastorno por estrés postraumático podrían ir más allá de los casos de las víctimas de la violencia propiamente dichas, siendo frecuentes también en aquellos que tan solo han sido testigos de la tragedia, quienes pueden experimentar, entre otros, sentimientos de culpa por haber sobrevivido.

El balance de las guerras no puede ser más desalentador para la salud mental, tanto de combatientes como de no combatientes, porque todos somos víctimas de las ambiciones, la polarización, los prejuicios, las mentiras y el deseo insaciable de poder. Porque aquí todos los medios se justifican con tal de destruir al enemigo.

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