Las trampas verbales de los candidatos en los debates
Los debates constituyen un paso de avance en el fortalecimiento de nuestra democracia. Permite conocer y evaluar de una manera más profunda los fundamentos, la credibilidad y la factibilidad de las propuestas de los aspirantes.
Esto así, aunque la decisión del voto no debe ser tomada apoyados solo en los debates, ya que los candidatos con mejores habilidades de comunicación suelen llevar ventaja sobre los no tan afortunados, y no siempre el candidato que mejor comunica resulta ser el mejor funcionario público.
Para lograr el objetivo de acendrar las decisiones del ciudadano al momento de votar, se debe trabajar más en su educación y en el desarrollo de sus capacidades de extraer los mejores insumos de la experiencia.
En los debates electorales, los candidatos, persiguiendo a toda costa atrapar adhesiones, suelen apelar a toda suerte de recursos persuasivos que la retórica pone a su disposición. Con cautivadores discursos pretenden neutralizar a sus oponentes y convencer a los votantes de la superioridad de sus ofertas.
Uno de los ardides que con frecuencia explotan es lo que se conoce como “falacias argumentativas” o planteamientos aparentemente lógicos pero que, en el fondo, resultan de poca o ninguna validez, terminando por ser todo un engaño.
Las falacias argumentativas vulneran reglas de la lógica, pero, si el espectador no permanece alerta, logran penetrar a hurtadillas, con la complicidad y el sigilo de sofismas, prejuicios y sesgos cognitivos que pueden tener un impacto de control, pensamiento dogmático y, en el peor de los casos, hasta lavado de cerebros.
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Una de las falacias argumentativas más empleadas nos refiere al ataque directo, el cual busca descalificar al contendor sin refutar sus ideas, soslayando que la validez del razonamiento lógico no está en función de la autoridad moral del postulante.
Por otra parte, con la cortina de humo el orador presenta un argumento diferente al que se está debatiendo, porque no se tiene evidencia suficiente para refutar el planteamiento original.
La falacia de la ignorancia intenta dar como un hecho la veracidad o falsedad de una idea por el simple hecho de que no se puede demostrar lo contrario, mientras que se apela a la misericordia cuando se quiere persuadir a partir de razones emotivas y conmovedoras, pero no consecuentes con lo que se está argumentando.
También encontramos la falacia que, recurriendo al temor, reemplaza los argumentos tan solo con miedos relacionados con las supuestas consecuencias negativas que supondría una victoria del adversario, aunque no se presentan planteamientos que hagan atractivas las propias propuestas.
Si escuchamos a un candidato intentando validar su planteamiento por el apoyo popular del que se supone goza y teniendo como telón de fondo la falsa premisa de que, si la mayoría está de acuerdo, entonces debe ser bueno, entonces estaremos frente a la apelación a la popularidad.
Es frecuente también escuchar a los políticos defendiendo una transgresión a la ley con el argumento de que su adversario también lo hizo, con lo cual trataría de persuadir al electorado de que dos errores hacen un derecho.
Las falacias argumentativas, por lo regular, contienen premisas que son ciertas. La trampa radica en las relaciones falsas que los candidatos pretendan establecer entre ellas y en las conclusiones equivocadas a las que persigan llevar a los electores incautos y con famélica apuntalamiento del pensamiento crítico.
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