Los teteos, genuina expresión de decadencia social
Los llamados “teteos” consisten en fiestas callejeras donde se consumen drogas, se realizan otras actividades ilegales y escenifican peleas y enfrentamientos muy violentos.
Los teteos devienen en una especie de congregación de las peores características de la juventud actual. Allí vemos a jóvenes de diferentes sectores pertenecientes a bandas delictivas con la autoridad de los capos clásicos, muchos de ellos atrapados por la adicción a las drogas. Los teteos agrupan a bandas rivales, fuertemente armadas, que con frecuencia se enfrentan a tiros dejando balances sangrientos, como son los casos escenificados recientemente en la calle 42 de Capotillo.
Estos jóvenes se ven literalmente embriagados por la llamada “música urbana”, es decir, por la antítesis brutal de una verdadera y positiva manifestación artística y cultural de una urbanidad floreciente y progresiva. Esta pseudomúsica hace tanto daño como las drogas o la sarna en los perros. Ella resume, en general, una descarnada incitación a la violencia, afán de lucro fácil, exhibicionismo exagerado de un bienestar meteórico, destrucción o negación de los valores tradicionales de la familia, escenas de sexo vulgar y descarnado, y promoción de la anarquía social y desobediencia civil.
Estos eventos son una clara muestra de la decadencia social y el desprecio por el bienestar y la seguridad de los ciudadanos. No solo promueven la indulgencia frente al consumo de todo tipo de sustancias ilegales, sino que también atizan el desorden público.
No busquemos en estas congregaciones de jóvenes desafiantes valores morales y éticos. Sí podemos constatar la clara disposición de poner en riesgo vidas inocentes a cambio de una noche de borracheras e intercambios ostensiblemente dolosos. La presencia de bandas delictivas en estas reuniones solo agrava la situación, convirtiendo a los teteos en un caldo de cultivo para el crimen organizado.
Es lamentable que muchos de los jóvenes que asisten a estos teteos se encuentren en situaciones de vulnerabilidad, lo que los hace más propensos a caer en las garras de las drogas y las actividades ilegales. El abandono familiar y la falta de oportunidades y de apoyo por parte de la sociedad contribuye a que se vean atrapados en este ciclo destructivo.
Es necesario que las autoridades tomen medidas enérgicas para erradicar los teteos y combatir las causas subyacentes que los impulsan. Esto implica aumentar la presencia policial en las áreas donde se llevan a cabo estos eventos, así como implementar programas de prevención y rehabilitación para aquellos jóvenes que se encuentran en riesgo.
Asimismo, es fundamental promover la educación y la cultura como alternativas positivas y enriquecedoras para los jóvenes. Es importante brindarles oportunidades de desarrollo personal y profesional, así como fomentar el respeto por las normas y los valores éticos.
Es evidente que el crimen organizado ha encontrado un terreno fértil para expandirse y prosperar en la República Dominicana. La falta de políticas efectivas de seguridad, la corrupción en las instituciones encargadas de mantener el orden y la desigualdad social son factores que contribuyen a esta situación.
En la proliferación de la delincuencia, el crimen del narcotráfico, el consumo creciente de drogas y el desafío de toda autoridad hay complicidades, pingües negocios y enriquecimiento meteórico de oficiales y subalternos. Por ejemplo, ¿para quién es un secreto que decenas de puntos de drogas operan con el respaldo de las autoridades competentes del lugar?
Es imperativo que las autoridades tomen medidas drásticas para enfrentar este problema. Se deben fortalecer los sistemas de seguridad y justicia, así como mejorar las condiciones de vida de la población más vulnerable. Es responsabilidad del Estado garantizar la protección de sus ciudadanos y combatir el crimen organizado de manera efectiva.
Si persiste el abandono y la desprotección de niños y jóvenes en los barrios periféricos tendremos muy pronto a El Salvador de hace unos años o al Ecuador de estos días. “Dejar hacer”, dando al mismo tiempo malos ejemplos, ha sido el pecado mortal de la clase política dominicana.
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