Otro conflicto que pudo evitarse

Desde esta columna condenamos los actos terroristas tanto del Estado de Israel como del movimiento islámico Hamás. El Estado de Israel emplea bombas y misiles para atacar la Franja de Gaza, donde más de dos millones de personas viven en condiciones de extremas precariedades materiales.

Además, impone un bloqueo que provoca hambre y desesperación al prohibir la entrada de medicinas, alimentos, electricidad y agua, así como el movimiento de palestinos hacia países vecinos, como podría ser el desplazamiento hacia Egipto a través del paso fronterizo de Rafah.

Hamás, por su parte, el brazo armado de la comunidad palestina toma rehenes y amenaza con ejecutarlos, ataca civiles israelíes en sus hogares o bombardea áreas residenciales y zonas céntricas de ciudades. Según sus líderes, este es “el lenguaje que entiende la camarilla judía”.

El mando militar israelí muestra una conducta criminal y tilda a los palestinos de animales que deben ser exterminados en lo que llaman “la última guerra contra Palestina”.

Por otro lado, los grupos armados que defienden la autodeterminación y soberanía de los palestinos recurren a métodos de guerra extremos, incluida la inmolación, con el objetivo de causar muertes de civiles y militares judíos, sin importar el lugar o los daños colaterales.

Los medios de comunicación occidentales, que a menudo son pasivos o literalmente sordos ante los bombardeos a ciudades y pueblos protagonizados por Estados Unidos y sus aliados, apoyan las acciones de las Fuerzas de Defensa de Israel y callan ante el uso de municiones de fósforo en el conflicto, prohibidas en convenios internacionales. Israel ha lanzado cerca de 2000 municiones y más de 1000 toneladas de bombas sobre Gaza, causando 1,100 muertes y 5,300 heridos en esa zona fronteriza, incluyendo personal médico de la Media Luna Roja Palestina, mujeres y niños.

Este conflicto refleja el fracaso de la política estadounidense en la región, que parece priorizar sus intereses en lugar de mediar para detener los combates y lograr compromisos entre las partes. Estados Unidos envía municiones y ayuda militar a Israel, en parte debido a su alianza inquebrantable con las élites de esa nación y a las oportunidades comerciales de un nuevo mercado de suministros militares financiados por los contribuyentes estadounidenses.

Occidente no muestra interés en abordar las causas del problema palestino ni en cumplir las decisiones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. A pesar de las resoluciones y de la Iniciativa de Paz Árabe, no se avanza hacia una solución definitiva.

Recordemos que el 29 de noviembre de 1947, hace ya 76 años, la Asamblea General de Naciones Unidas votó a favor de establecer dos Estados —judío y árabe— en Cisjordania, manteniendo a Jerusalén en estatus de zona internacional. Un año después fue proclamada la independencia de Israel. Luego de la llamada Guerra de los Seis Días, de 1967, Israel no perdió tiempo y se expandió hacia la Franja de Gaza y Cisjordania, incluido Jerusalén. Fue entonces cuando comenzó a pasos acelerados la urbanización de tierras palestinas, lo que resultó en su desplazamiento masivo.

Ningún documento o acción posterior pudo impulsar de hecho la determinación del estatuto definitivo de los territorios palestinos. Al margen de la elección de Yasir Arafat como presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que puede considerarse un hecho histórico trascendente, las potencias occidentales olvidaron su hoja de ruta de 2002 que pretendía la reanudación de las negociaciones, la resolución del conflicto y la creación de un Estado palestino independiente. Solo Rusia, como potencia firmante, insistió en su observancia.

No hay voluntad en Occidente de volver a los acuerdos pasados ni de reconocer el Estado Palestino. Por el contrario, los Estados Unidos echan leña al fuego con el reconocimiento en 2018 de Jerusalén como capital de Israel, trasladando allí su embajada. Tampoco hay esperanza en las Naciones Unidas ni en la aplicación de sus acuerdos y resoluciones. Este conflicto nueva vez pone de manifiesto la necesidad de avanzar hacia un orden multipolar que respete las normas internacionales, la autodeterminación y la soberanía de los pueblos, niegue las arbitrariedades y los bloqueos y sanciones que crean grandes distorsiones en el comercio internacional. En el orden unipolar en decadencia, no hay responsabilidad asumida que se mantenga, lo cual sería el precio de su grandeza y aceptación.

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