Primera generación de PPA (1)

“Hola Soranyi, soy Cherny Reyes, del Listín Diario. Quiero comunicarte que has sido elegida, junto a otros jóvenes, para formar parte del programa Periodista por un año…”. Así empezó todo. Así cambió todo. Yaneris Michel, Nazaret Espinal, Lucivel Ávila, Gelys Mar, Eli Segura, Mariela Mejía, Desirée de León, Pedro Solares y yo, fuimos los afortunados. 10 jóvenes estudiantes de periodismo, procedentes de distintas universidades del país, entre 18 y 20 años, llegamos al Listín Diario algo dubitativos e inexpertos, pero ávidos por aprender y experimentar cosas nuevas en el periódico más importante y longevo del país, con más de un siglo de historia escrita en sus páginas. 365 días que, sin saberlo, transformarían nuestra perspectiva sobre la carrera que estábamos estudiando, y que, de un momento a otro, nos tocó ejercer con toda la entereza y el compromiso que eso implicaba.

Aún recuerdo las sensaciones que experimenté la primera vez que entré en la redacción del Listín y un montón de imágenes sucesivas se pasean por mi mente. Un salón amplio, sin paredes ni cubículos separando las distintas áreas de trabajo, que estaban ocupadas por un poco más de veinte y cinco personas -aproximadamente-. Libretas de apuntes, bolígrafos, grabadoras, tazas de café y el periódico del día eran elementos comunes en sus escritorios. El sonido característico del teclado cuando es manipulado por manos agiles, era cuasi el sonido ambiente. Algunas personas entraban y otras salían a toda prisa, porque se había producido un hecho de último minuto y requería de cobertura inmediata. Sin duda, la redacción era un lugar vivo y activo. Paradójicamente, no me pareció convulso o estresante, todo lo contrario. La sensación fue genial. Me encantó.

A las pocas semanas de esa primera visita, Pedro dejó el programa para ir tras otros sueños. Es así como la primera promoción de Periodistas Por un Año (PPA) quedó conformada solo por féminas. Nosotras teníamos muy claro que nuestro lugar estaba allí. Que éramos privilegiadas y aprovecharíamos al máximo la oportunidad que Dios nos había dado. Curiosamente, nuestras personalidades eran muy parecidas. Así como nuestros valores familiares y de fe. Eso permitió que, con el paso del tiempo y la convivencia diaria, el estatus de compañeras de trabajo pasase a amigas, y, con los años, a hermanas en el periodismo.

PPA no nos exigía cumplir un horario o una cantidad de horas a la semana, pero éramos conscientes de que mientras más tiempo pasásemos en el periódico más aprenderíamos, por eso decidí dejar mi trabajo de recepcionista y lo aposté todo a este programa de pasantías. Mi mejor decisión. Todas le dimos la prioridad de nuestro tiempo a la universidad y al Listín, porque sabíamos que cada día vivido en el decano del periodismo dominicano sería un masterclass.

En el Listín aprendimos muchas cosas, algunas de ellas abstractas, porque no eran tangibles, pero si apreciables en los valores profesionales que tomaban forma en nuestro interior. La primera de las lecciones fue reconocer que el trabajo en equipo es esencial para dar vida a una noticia. Un buen reportaje o artículo no es responsabilidad única de quien lo escribe. Empieza a gestarse desde más atrás, y por varios actores que inciden para que llegue a concretarse, aunque casi siempre el mérito se lo lleva quien lo firma. Por ejemplo, descubrimos que la destreza al volante del chofer es fundamental para llegar a tiempo a cubrir un hecho. Que sin la sagacidad y arrojo de los fotógrafos sería imposible captar imágenes que, por lo general, generan más impacto que las palabras; o que la creatividad del diseñador gráfico es determinante para atrapar la atención de los lectores. La meticulosidad en los detalles y suspicacia del editor son fundamentales para revisar los contenidos y, a veces, darle otro giro a lo ya escrito. Por último, se ha de pasar por las manos de los correctores que fungen como inspectores de calidad, y que tienen toda la facultad de devolver una redacción, sin importar quien fuese el autor. Tras todo ello, llega la firma y aprobación del director. Este peregrinar nos hizo conscientes de que un periódico es como una cadena de montaje de las noticias, cuyo producto final llega al día siguiente a los lectores gracias a los repartidores y vendedores. Todos cumplíamos un papel importante, pero no extraordinario. Saberlo nos ayudó a no darle cabida al banal egocentrismo.