¿Quién comandó la devastación de Puerto de Plata en 1605?

gregory-castellanos-ruanoPor Lic. Gregory Castellanos Ruano

Una de las tristes novedades con las que tenemos que encontrarnos y lidiar con profunda indignación  quienes auscultamos en la Historia de Puerto de Plata y que ocurrieron en el devenir de la existencia de esa población lo fue su devastación, es decir, su total destrucción en el año mil seiscientos cinco (1605) producto esencialmente de un fanatismo religioso que llevaba a considerar a la población de Puerto de Plata como infestada por la entonces nueva concepción religiosa del Protestantismo por haber tenido contacto con este a través de las biblias protestantes que circulaban en la villa producto de la relación de algunos locales con embarcaciones de países que abrazaron la rebelión contra el credo de la Iglesia Católica.

Pero ocurrida esa desgracia ha quedado flotando en el ambiente una pregunta recurrente en torno a la identidad de quien en persona dirigió «in locus« la ejecución de la tragedia en cuestión. La pregunta varía en la forma de plantearla, pero en el fondo es exactamente la misma.

He aquí algunas manifestaciones de dicha pregunta, que no todas.

¿Quién fue el truculento al que le tocó ejecutar la igualmente truculenta orden?

¿Quién fue el canalla al que le tocó ejecutar la igualmente canalla orden?

¿Quién fue el energúmeno al que le tocó ejecutar la igualmente energúmena orden?

¿A quién le tocó devastar a la Villa de Puerto de Plata en mil seiscientos cinco (1605)?

¿Quién es aquél cuyo nombre figura como protagonista de esa Historia canalla?

¿Quién es aquél de tan triste recordación?

Todas esas preguntas aparentemente diferentes y otras análogas en el mismo sentido, que giran, pues, alrededor del mismo punto, habían sido formuladas por historiadores y por habitantes de diferentes épocas de Puerto de Plata sin resultado concreto alguno.

La búsqueda de ese nombre y, colateralmente, los nombres de otros personajes figurantes «in situ« en la tragedia referida había sido infructuosa.

Se buscaba el bramido de un energúmeno y con dicho bramido a dicho energúmeno incapaz de reflexionar si hacía lo que estaba por hacer y que aniquiló brutalmente hasta la raíz la existencia de esa localidad en el anochecer que representa ese día de locura con el extraordinario período de apagón, de obscuridad que siguió.

Aquello fue propiamente una práctica de guerra, la de tierra arrasada, contra un enemigo para impedir que éste avance, pero que para ciudadanos desprevenidos  es una práctica de terror en su contra.

La Villa de Puerto de Plata fue devastada exacta y literalmente con el mismo método con que los romanos devastaron a Cartago tras alzarse con la victoria sobre esta: al final hasta se echó sal sobre los terrenos de cultivo alrededor de la destruida villa como «purificación« y para que nada volviese a surgir allí. Y esa devastación contribuyó con un enorme caudal a la creación de la miseria espantosa en que las cuatro (4) devastaciones (las otras tres (3) son las de Monte Cristi, Bayajá y Yaguana) sumergieron a la población entera de la Isla.

El ejecutor directo de aquella desgracia cuenta con sobrados créditos para figurar en la Lista de Personajes Infames de la Historia, lo que él es. Y por ello es una figura obscura, siniestra, hundida en el hondón profundo e igualmente obscuro de la Historia.

Se creyó que la respuesta a todas esas preguntas     –que, repito, son la misma con diferentes ropajes–    se trataba de algo totalmente perdido. Eso ahora, desde el año dos mil dieciocho (2018), cambió.

Desde el más profundo e ignominioso pozo de la Historia emerge un nombre al que por su acto tan tremendo esa Historia lo tiene cargado de baldón.

Ya se conoce y se tiene el nombre del verdugo, del ejecutor de Puerto de Plata en mil seiscientos cinco (1605)…

…Se trata de un nombre maldito, pues hablamos de alguien que quiso que nada volviera a renacer en Puerto de Plata, que esta fuera una ciudad destruida y maldita y quien resultó maldito fue el nombre de él, por ser un ruin, un sujeto de solera repudiable.

Quien pescó ese nombre como cuando desde la superficie del mar un pescador hala con su cordel un espeluznante monstruo marino, quien ha fungido como ese pescador de ese nombre sepultado en la Historia, quien haló del cordel para sacarlo como se saca una criatura monstruosa desde la región abismal o abisal, como quien desentierra un dato al desenterrarlo del aluvión del tiempo y de un  mar enorme de subsistentes páginas de registros históricos lo es Genaro Rodríguez Morel. Este historiador publicó una carta fechada ocho (8) de Febrero de mil seiscientos diecisiete (1617) y redactada por el Prior del Convento de San Pedro Mártir ad vincula, de Puerto de Plata, en la que dicho religioso se dedica a pedir explicación en torno a los daños sufridos por las despoblaciones del año mil seiscientos cinco (1605). La carta en cuestión se encuentra en el Archivo General de Indias situado en Sevilla, España, y la misma es reproducida por Genaro Rodríguez Morel en el Tomo II de su obra «DOCUMENTOS PARA EL ESTUDIO DE LA HISTORIA COLONIAL DE SANTO DOMINGO (1561-1680)« publicada por el Archivo General de la Nación en el año dos mil dieciocho (2018).

Al momento de publicarse esta última obra Genaro Rodríguez Morel era encargado de la Misión Copiadora de la Academia Dominicana de la Historia en el Archivo General de Indias en Sevilla, España.

Es así como hoy conocemos el otrora ignoto nombre del infame y como tal infame figurará en la galería de personajes infames y de situaciones funestas que le causaron daño a Puerto de Plata.

Su nombre: ¡Helo aquí!:

«…Y entre los dichos lugares que se despoblaron en esta isla fue una de ellas la villa de Puerto de Plata donde este testigo conoció un convento nombrado San Pedro Mártir de la Orden de Predicadores el cual era de muy buenos edificios de cal y canto. Y tiene por cierto este testigo que fue el segundo convento de los que hubo en estas Indias  por haberlo oído decir a los antiguos que conoció en la dicha villa y que había conocido en él frailes de muy grandes sujetos de los que les salieron tres para Obispos. Y este testigo conoció uno de ellos que fue fray Juan de Manzanilla, obispo de Venezuela y entre otras cosas, que el edificio de dicho convento tenía eran dos aljibes los cuales le dijeron los dichos antiguos que al tiempo que había doscientos vecinos en aquel lugar eran bastantes para darles agua todo el año. Y este testigo vio y le enseñaron hechos edificios que no les faltaban más de (fol. 8v) los techos de arriba para generales (¿?.sic.GC) donde se leyesen arte y liturgia. Y así mismo vio este testigo un trasladamiento de un vecino que allí murió que dejó por heredero del dicho convento y en el mandaban trajesen maestros de las universidades grandes de España para que leyese en el dicho convento y otros edificios muy costosos que tienen. Y el dicho convento se desmanteló juntamente con el dicho pueblo por don Juan Fernández de Riba Martín (negritas mías.GC) por comisión que para ello tuvo del dicho don Antonio Osorio. Y a este testigo le parece que si hoy se hubiese de hacer el dicho convento de la manera que estaba, no se hacía con veinte mil ducados buenos.«

(Rodríguez Morel, Genaro: DOCUMENTOS PARA EL ESTUDIO DE LA HISTORIA COLONIAL DE SANTO DOMINGO (1561-1680), Tomo II, Archivo General de la Nación, Volumen CCCXL, 2018, páginas Nos. 90-91.)

…«Juan Fernández de Riba Martín«… Ese es el nombre…

Al conocer este nombre se tiene la sensación de estar en uno de esos lugares donde pululan como habitantes personajes malditos que describe Dante…