Radiografía de un debate (2/2)

En nuestra entrega anterior, nos referimos a los 5 errores del director del Instituto Nacional de Protección de los Derechos del Consumidor (Pro Consumidor), Eddy Alcántara, cometidos durante el debate televisivo que sostuvo con el economista Haivanjoe Ng Cortiñas en torno a un estudio comparativo sobre la inflación en República Dominicana y la de algunos estados de Estados Unidos publicado por la Institución. Esta vez nuestra mirada se enfoca a su contraparte y sus momentos más desafortunados.

Podemos señalar que Ng Cortiñas, ante los ataques personales y los improperios de Alcántara, no logró solapar sus emociones del todo, luciendo parcialmente afectado. Sus expresiones faciales y su mirada de conmoción que, a hurtadillas, intentaba pasar desapercibida, así se empeñaron en mostrárnoslo. Las posibles razones son diversas, entre ellas, la probabilidad de que aún no haya superado sentimentalmente situaciones que pudieron haberse convertido en un desafío de un pasado que Alcántara se encargó de enrostrarle de manera reiterada y mordaz.

Si bien es cierto que la audiencia no suele perder de vista que las partes, en este tipo de confrontaciones, no se desprenden (no pueden hacerlo) de su condición de seres humanos (por lo cual no dejan de ser susceptibles), también debemos puntualizar que ponerlo de relieve podría interpretarse como un indicador de fragilidad que, a pesar de haber sido eludido, le impediría mantenerse en combate en caso de que el conflicto se prolongue más allá de lo programado. Esto, sin contar que, con mucha probabilidad, pudo haber obrado como un acicate para su verdugo y alentarlo a no dar tregua en sus incisivos latigazos, como de hecho ocurrió.

El impacto emocional que las agresiones virulentas del director de Pro Consumidor causaron en el economista, aunque no logró distraerlo de su agenda, provocó que, en el colofón del debate, la ira finalmente aflorara en este último. Así, lo vimos sentenciar con ostensible encono que no asistiría a otro debate con Alcántara, marchándose de manera abrupta y apresurada, evitando hasta despedirse de su oponente y renegando de los buenos modales de que venía haciendo gala. Sin dudas constituyó un desacierto adelantarse a una segunda convocatoria, pero el enfado pudo más.

Sin embargo, ya hecha la advertencia, debió justificarla con la misma parsimonia que le caracterizó durante casi todo el trayecto, esgrimiendo la manera contundente en que quedaron evidenciadas las famélicas competencias de su adversario para abordar el tema, lo cual lo descalificaba no solo para volver a debatir con él, sino hasta para permanecer en el cargo que ostenta. Esa aseveración pudo haber sido su estocada mortal.

Con frecuencia, en conflictos como estos, la persona asertiva es capaz de tolerar las agresiones verbales con estoicismo, sin importar el calibre de las municiones del agresor. Sabe que esos “golpes bajos” solo van descalificando a quien pretende inferir heridas con el fin de neutralizar a cualquier costo, los fulminantes misiles del oponente, mientras, por lo contrario, van fortaleciendo la posición de la otra parte.

Los grandes polemistas saben sacar partido de estos retadores escenarios. Hay quienes hasta los provocan, plenamente convencidos de que, a la postre, se revertirán como boomerang en un verdadero suicidio y en el ineludible epitafio para su adversario.

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