Hay una energía especial protegiendo Samaná que se cuela entre las palmeras y los techos de yagua. Un lugar eclipsado durante décadas por el relato de una República Dominicana viajera que solo existía en Punta Cana, sus pulseritas y el todo incluido. Sin embargo, el reverso de la postal icónica de tantos viajes de fin de carrera y lunas de miel habla de una inmersión hechizante por los misterios del Caribe.
TANTA LUZ, SAMANÁ
Los astros aquí parecen más cercanos, como si Samaná hubiera sido colocada en el trayecto del sol, en referencia al poema Hay un país en el mundo del dominicano Juan Mir que flota en el ambiente al ver el mar a lo lejos.
Dicen que la vida se mira desde un cristal color de rosa, pero yo prefiero uno azul tapizado de flecos de palmera. Es la panorámica que aguarda en el río Caño Frío, un poema turquesa –o azul larimar, el cual solo existe aquí– que fluye entre los mangles hasta fundirse con el azul Playa Rincón.
Y tomo una barca a Los Haitises, un conjunto de peñones tan solo conquistado por los pelícanos y las leyendas de sus cuevas, impregnadas de antiguas pinturas indígenas. Se confunden las épocas en una misma secuencia: cocotero, cocotero, cocotero x 2.5 millones, palmera, una casa taína, un pescador, una finca Cocuyo donde la piscina parece una extensión de la propia naturaleza y la vida avanza tranquila desde lo alto de un mirador.
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En el pueblo de Santa Bárbara de Samaná, las frutas forman nuevas acuarelas, alguien baila bachata en mitad de la calle, te invita, todo rezuma alegría mientras las bandejas de cangrejo desmigado brotan de los puestos callejeros. Asciendo a un cerro –o mejor, al restaurante Monte Azul–, donde quedarse a solas mientras al horizonte le interrumpen las ballenas.
En el municipio de Río San Juan me escondo en las sombras de las palmeras y nado en aguas cristalinas. Samaná, dame tiempo a contar tus azules. De repente brota un pájaro, esto es un verano eterno y yo no sabía que había tantas formas de saltar al agua ni surcar la selva: en tirolina, en buggy, caminando con los pies en la arena y, en algún momento, incluso flotando con la brisa de los manglares. ¿Qué se podía esperar de una tierra que llama “Preciosa” a una playa?
En el pueblo de Las Terrenas abundan las casas hechas con madera de cocotero, los chiringuitos boho-caribbean y los merengues lejanos haciéndole cosquillas a la noche. En el Hotel Viva Wyndham V Samaná es 2024 pero si sigues caminando, te toparás con una selva virgen, atemporal, donde las palmeras han formado un biombo para cambiarme el bañador.
Te lanzas al cenote, en la suite no sabes si esto son olas o sábanas; y no necesitas tocar los aguacates porque aquí siempre son carnosos. Allá va una barca solitaria, la luz todo lo inunda y las ciguapas sonríen a lo lejos cuando comprendes lo que es Samaná: un paraíso donde las conquistas son historia y la magia invita a fundirse con el trayecto del sol.
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