¿Todo tiempo pasado fue mejor?

A propósito del inusitado vandalismo y la irreverente afrenta de que fue víctima nuestra Ciudad Colonial durante el pasado sábado, son muchos los pronunciamientos que se han publicado en los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales.

Una gran parte de las opiniones vertidas enfilan sus cañones hacia Santiago Matías (Alofoke), atribuyendo al productor de radio la responsabilidad del inaceptable desafío a la ley, la moral y las buenas costumbres. 

Una de las declaraciones que más cautivó mi atención fue la de Alfonso Rodríguez, actual Cónsul en la Ciudad de Los Angeles, Estados Unidos, quien deploró vehementemente y apelando a recursos histriónicos que el arte dramático ha sabido poner a su disposición, el concurso de Matías donde motivaba a su público a ganarse 200 mil pesos bajo la condición de encontrarlos en un lugar del núcleo urbano más antiguo de Santo Domingo, donde habían sido colocados subrepticiamente.

Rodríguez (y muchos otros) calificó esta actividad no solo como una convocatoria a la violencia y otras acciones reñidas con la ley, sino, además, como una burla y una humillación incalificable a las masas pobres y sus famélicas condiciones de vida. 

Me pregunto: ¿dónde estaba Alfonso Rodríguez cuando, en las décadas de los 80, 90 y aún durante los primeros lustros de este aún joven siglo, celebridades como Rafael Corporán de los Santos y Freddy Beras Goico, entre otras glorias de la comunicación social en República Dominicana, recurrían a exactamente la misma estrategia, incluso a otras más insólitas, tanto en exteriores como en el estudio?

Unas reglas a las cuales los concursantes tenían que someterse para poder alzarse con las codiciadas recompensas. A pocos se les ocurrió etiquetar estas competencias como un llamado a la subversión. Transcurrían en tranquilidad y sin la mayor conmoción social.

¿Dónde vivía el señor Rodríguez, que ahora ignora los incontables casos de concursos a nivel nacional e internacional donde el público debía acometer desafíos iguales o más retadores que perseguir dinero en la vía pública, tales como ingerir alimentos (en otros casos, incluso, insectos) hasta el borde de la regurgitación o embadurnar todo su cuerpo de harina y otros estímulos aversivos cuando emitían respuestas desacertadas?

Cuando apelo a la memoria de esa generación X de la que soy parte y establezco un símil entre ciertas prácticas de nuestros referentes de la época con algunas a las que hoy asistimos, no pretendo justificar las falencias de los «millenials» ni de los “postmilénicos” . De hecho, entiendo que hay críticas atendibles respecto a ciertos comportamientos de los más jóvenes y que demandan medidas correctivas impostergables.

Con esta reflexión tan solo busco llamar la atención sobre las frecuentes inconsistencias de los adultos (en todas las épocas), cuando de educar o de defender nuestros intereses y nuestras posiciones se trata, predicando una moral en calzoncillos y autoerigiéndonos ante las nuevas generaciones como seres que supieron atravesar el fango conservándose inverosímilmente impolutos e incorruptibles.

Mientras continuemos enarbolando el manido discurso de que “todo tiempo pasado fue mejor” al tiempo que nuestras acciones del presente y un pasado en parte documentado gracias a las tecnologías de la información, los actuales desafíos de una educación en valores efectiva y sostenible que propicien la convivencia pacífica, continuarán siendo tan solo una quimera.

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