Un libro
Fiodor Dostoyevski, el autor de “Crimen y castigo”, comienza su novela con un párrafo que Gabriel García Márquez debió aprenderse de memoria, para el arranque de ‘Cien años de soledad’: “Una tarde extremadamente calurosa de principios de julio, un joven salió de la reducida habitación que tenía alquilada en la callejuela de S y, con paso lento e indeciso, se dirigió al puente K”. Fue el mismo Fiodor Mijailovich quien escribió que “Entre todas las figuras hermosas de la literatura cristiana, la de Don Quijote es la más perfecta. Pero Don Quijote es hermoso precisamente porque al mismo tiempo es ridículo”.
Ahora mismo hago una pausa en la lectura de “En agosto nos vemos”, el libro póstumo (sin permiso del autor) de García Márquez. Justo cuando Ana Magdalena Bach descubre que ha hecho el ridículo. El hombre con quien durmió la noche anterior le ha dejado 20 dólares dentro del libro de la novela de “Drácula”, de Bram Stoker.
Si bien, como reconoció Mario Vargas Llosa, aprender a leer ha sido lo más importante que le pasó en la vida, es obvio que, como decía mi maestro de poesía Raúl Ferrer: “La lectura es la gimnasia de la mente”.
Leer es una actividad que permite que en el cerebro se conecten determinados puntos -que de otra manera no lo hacen- que llevan a desarrollar la creatividad, y por lo tanto la inteligencia. Ayer lo comentaba en el café que cada mañana compartimos un grupo de amigos, con el ingeniero Leandro Mercedes, que tiene más alma creativa que muchos que se llaman artistas.
“El primer libro que me leí y por culpa del cual soy lo que soy, fue ‘La cabaña del Tio Tom’ de Harriet Beecher Stowe, un regalo del cura de Manzanillo cuando hice la primera comunión. Iba a catequesis haciendo zig zag por calles cada día diferentes, para entrar por la puerta de atrás de la iglesia, y que no me vieran, porque me señalaba y si decían que era pequeño burgués no podría estudiar lo que quisiera. Muchos años después comprendí que vivía en una dictadura”, le conté. Y recordé al Gabo con el primer párrafo de ‘Cien años de soledad’: “Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento el Coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
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