Se hunden entre la basura de Duquesa para sobrevivir
El hedor, el ruido y el sofocante calor que se genera en el centro del vertedero a cielo abierto de Duquesa, sólo parecen molestar al que no ha estado allí.
Cientos de haitianos y decenas de dominicanos que “bucean” diariamente a allí, han hecho entre lomas de basura un hábitat y un medio de subsistencia.
Listín Diario penetró al centro de Duquesa, para constatar uno de los medios de vida más marginales que puedan existir.
En medio de la basura trabajan, comen, descansan y hasta se recrean, pese a que para ellos resulta normal ese modus vivendi. La insalubridad y los riesgos a que se enfrentan haitianos y, en menor proporción, dominicanos que viven del vertedero de Duquesa, donde se produjo un incendio que se prolongó por casi un mes. El vertedero ya inició su reapertura.
Mantenerse fuera de la ruta de los camiones que cada minuto llegan a verter sus desechos desde distintas partes de la capital no es una opción, sino la garantía de permanecer vivos. Estos vehículos pesados no se detienen, sus choferes tienen el tiempo contado para tirar la basura y marcharse.
Los “buzos” esperan la llegada de los camiones y tras abrir las compuertas, se lanzan a extraer las cosas de mayor valor, los plásticos y metales principalmente, para luego venderlos.
Buscan uno que otro calzado, prenda de vestir o artículo del hogar utilizable y mercadeable. También hurgan en la basura latas y botellas a fin de “intercambiarlas” por un par de pesos. La faena es terrible, riesgosa y cansona.
“El hierro se vende por kilos”, explicó a Listín Diario un “buzo” que iba con un pesado saco al hombro, tras terminada su jornada.
Los que se agotan tratan de descansar sobre lomas de basura más pequeñas y menos húmedas.
Esta actividad involucra tanto a hombres, mujeres como a niños, incluso hasta adultos mayores compiten por hallar lo mejor, en una lucha constante por recolectar cosas de valor. Quien resulta más hábil gana más.
Ese afán de búsqueda y recolección en Duquesa ha generado riñas con saldo de hechos sangrientos, según confesaron.
Llamó la atención una joven que sonreía por lo que acababa de encontrar. “Estos ta’ bueno”, dijo en precario español cuando se le preguntó por los paquetes de pelo que encontró, el probable desecho de algún salón o peluquería.
Entre el vertedero seguí hurgando, montañas de basura parecían más interminables que los camiones que entraban y salían. Una “industria” que no para.
Continuó el recorrido hasta llegar al “área de comida”, ubicada en el mismo centro del vertedero, pero se distinguía por tener una especie de orden.
Varias señoras bajo paraguas que disminuían los rayos del sol, y sentadas en bancos o sillas, vendían diferentes alimentos a su clientela. Cientos de trabajadores informales que de sol a sol laboran en el vertedero.
Yaniqueques, yuca, plátanos y huevos hervidos predominaban en el menú a precios desde 15 y 20 pesos, pues los clientes no son muy remunerados por la “industria” para la que trabajan.
El huevo y el arenque eran las principales compañas, según se pudo observar, y para completar la dieta también se ofrecía dulce de leche, cuyas porciones cuestan 5 y 10 pesos.
Los derivados de la harina, junto a una especie de bollos de yuca, componían el principal carbohidrato de la dieta, mientras que el huevo y el arenque las principales fuentes de proteínas.
No es de extrañar que para tan fatigante jornada, haya que comer este tipo de alimentos en importantes cantidades, desplazarse a otro sitio era menos via ble, y los hace correr el riesgo de perder un “buen camión”. Básicamente esa es la razón por la que comen ahí mismo, según explicaron.
En cuanto a las bebidas, la oferta está compuesta por funditas de agua y refrescos, guardados en termo-neveras de diferentes tamaños que, pese al terrible calor, cumplen su objetivo y los mantienen frescos.
Las preguntas y los equipos del Listín Diario parecían intimidarlos, no acostumbran a ver allí a desconocidos, entre timidez y risas expresaban sus escuetas respuestas, mientras hacíamos un esfuerzo por entenderlas. Otros tenían una actitud más cooperadora, e incluso se ofrecían como guías, traductores e instructores de lo que queríamos averiguar.
Así se vive en Duquesa, donde las ONG, agencias e instituciones que implementan políticas para erradicar la pobreza, la marginalidad y la migración, no parecen llegar.
La insalubre y precaria forma de subsistencia no es de gran preocupación para ellos, es lo que saben hacer, y muchos es lo único que han visto, pues han abandonado las escuelas para unirse a estas labores junto a sus padres, mientras otros ni siquiera cuentan con la documentación para estudiar o ejercer otro oficio.
Entre las pocas horas que duramos allí, casi resulté herido por pisar maderas con clavos. Pensé entonces en ellos que caminan diariamente por más horas.
POBREZA
Un mundo de precariedades
Sustento.
Estiman que a diario los “buzos” pueden conseguir entre 500 y 1000 peso dependiendo de la suerte que trajera el día.
Hábitat.
Dentro de Duquesa hay una vida oculta en la que se sobrevive.